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Miguel Uribe Turbay: otra esperanza truncada

Miguel Uribe Turbay: otra esperanza truncada
La esposa del fallecido senador y precandidato a la presidencia de Colombia Miguel Uribe Turbay, Claudia Tarazona (c-i), abraza a una de sus hijas frente a una fotografía de Miguel este lunes, en el Salón Elíptico del Capitolio Nacional en Bogotá (Colombia). EFE/ Carlos Ortega

Miguel Uribe Turbay, senador colombiano y candidato presidencial por el partido Centro Democrático, falleció el pasado 11 de agosto debido a heridas de bala, tras dos meses luchando por su vida en el hospital. Existe una profunda consternación social por la pérdida de un político que proyectaba sólidas convicciones, perfilándose como uno de los más idóneos y populares candidatos a optar por la presidencia de Colombia, cargo que había ocupado su abuelo Julio César Turbay.

Su muerte marca el primer magnicidio del país desde las contiendas electorales de 1990, en las que tres candidatos de izquierda fueron asesinados. Este trágico episodio trae a la mente los brutales asesinatos de dos de los candidatos presidenciales más audaces, honestos, populares y carismáticos que ha tenido el Partido Liberal en Colombia: Jorge Eliécer Gaitán (1898-1948) y Luis Carlos Galán (1943-1989).

Jorge Eliécer Gaitán –experto en frases lapidarias como “El pueblo es superior a sus dirigentes” y “Yo no soy un hombre; soy un pueblo”– era el líder indiscutible del Partido Liberal de cara a las elecciones de 1950, ya que encarnaba las esperanzas de un cambio radical en Colombia. Actores políticos de ambos bandos temían las políticas públicas que impulsaría si llegaba al poder. El 9 de abril de 1948, saliendo de su oficina, recibió tres balazos en la cara y el pecho. Una multitud de inmediato linchó al asesino. Ese mismo día, que vino a llamarse El Bogotazo, la muerte de Gaitán desató tal violencia que dejó más de 3,000 muertos y a Bogotá devastada. Nunca se descubrió al autor intelectual del atentado.

Todo ello transcurrió en un período de extrema crispación política, que había iniciado en la década de 1930 y que se conoce históricamente como La Violencia. El homicidio de Gaitán recrudeció aún más las tensiones, al punto de que se formaron grupos paramilitares por parte tanto de los liberales como de los conservadores: feroces rivales históricos, como nos consta a los panameños desde mucho antes de la infeliz Guerra de los Mil Días.

En cuanto a Luis Carlos Galán, otro candidato prometedor del Partido Liberal, también murió por el impacto de tres balas cuando estaba por dar un discurso de campaña el 18 de agosto de 1989. Esta vez sí quedó claro quién fue el responsable del crimen: Pablo Escobar –entonces el máximo líder del Cartel de Medellín–, asistido por Alberto Santofimio, su propio copartidario liberal. Galán se había convertido en un acérrimo opositor al narcotráfico, a las nefastas consecuencias de la penetración de los carteles de la droga en las instituciones del Estado, y a la inestabilidad social generada por la guerra incesante entre las fuerzas armadas y el crimen organizado.

La indignación por su asesinato se transformó en un masivo apoyo ciudadano a la candidatura liberal de César Gaviria, quien al llegar al Palacio de Nariño con tan amplio poder popular impulsó el exitoso proceso constituyente que culminó en 1991 con la promulgación de una nueva Constitución, en reemplazo de la conservadora y centenaria de 1886. El proceso permitió garantizar diversos derechos fundamentales y garantías individuales. Por desgracia, los carteles han seguido inmiscuyéndose de forma directa en la política, como quedó comprobado, por ejemplo, en 1994 durante la campaña presidencial del candidato liberal Ernesto Samper, quien recibió una generosa donación del Cartel de Cali.

El asesinato de Miguel Uribe Turbay no puede quedar impune. Aún con la captura del sicario y de sus supuestos secuaces, no se sabe a ciencia cierta quiénes fueron los autores intelectuales, por lo que debe conducirse una investigación autónoma que esclarezca los motivos presuntamente políticos del atentado. Las múltiples guerras civiles del siglo XIX, el largo y sangriento período de La Violencia y las décadas de confrontaciones bélicas entre las fuerzas estatales, grupos guerrilleros, paramilitares y carteles de la droga, hacen suponer que Colombia no saldrá nunca de su círculo vicioso. El primer blanco son los líderes políticos con vocación cívica y la voluntad de lograr los debidos cambios estructurales. Mientras Colombia no logre una metamorfosis profunda, que altere su genética de violencia extrema, no podrá nunca brindarle a su población lo que merece: una nación pacífica que por fin aproveche al máximo, y con responsabilidad, sus recursos naturales y su potencial humano.

El autor es abogado.


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