El presidente José Raúl Mulino, habiendo sido un destacado exfuncionario del Ministerio de Relaciones Exteriores —pues fue vicecanciller y luego canciller, al reemplazar al doctor Julio Linares (q.e.p.d.) durante el gobierno de Guillermo Endara (1989-1994)—, tendrá que desempolvar sus experiencias y asesorarse mejor, ya que ha dicho que “no necesita compañeros de viaje en este tema”.En su habitual conferencia de prensa de los jueves, respondió a un periodista de un medio local que Estados Unidos está “arrastrando a Panamá dentro de un problema bilateral con China” y que el país está siendo usado “como caballito de batalla en este conflicto hemisférico”.
Es cierto que el presidente Mulino defendió con firmeza la soberanía panameña al exigir respeto a la embajada de Estados Unidos. Sin embargo, no resulta del todo objetivo ni realista pensar que el conflicto entre Washington y Pekín en el istmo panameño sea un asunto meramente bilateral entre esas dos superpotencias.
China ha venido utilizando territorio panameño —y facilitadores tanto gubernamentales como del sector privado— para apalancar su estrategia hemisférica. Ello, combinado con un canal por donde pasa el 40% de la carga marítima con destino a Estados Unidos, y con el uso del territorio panameño para exportar productos tecnológicos y de telefonía fija y móvil, además de haber sido Panamá el primer país signatario de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) y luego el primero en renunciar a ella, nos coloca en un radar geopolítico que el presidente parece no querer reconocer.
Según la Autoridad del Canal de Panamá, dos tercios de la carga transportada a través del Canal tienen su origen o destino en puertos estadounidenses. El 74% de la carga que pasa por la vía interoceánica pertenece a Estados Unidos y llega o sale de puertos norteamericanos.
Para nuestros aliados del norte, Panamá ya no es solo un eficiente pasador de barcos que acorta tiempos de entrega en su cadena de suministros, sino también un punto neurálgico dentro de su estrategia de seguridad. Lo mismo ocurre para el gobierno comunista de China. En esa medición de fuerzas se inscribe la activa presencia militar de Estados Unidos en el Caribe: sus tropas y flota naval no están allí únicamente —como se suele decir— para combatir el narcotráfico, sino porque el Caribe y el Canal forman parte esencial de su estrategia geopolítica, tanto para la actual administración como para la de un eventual retorno de Donald Trump.
Según el Center for Strategic and International Studies (CSIS), “el gobierno de Estados Unidos se mantendrá involucrado en Panamá y en el Canal, ya que son vitales para la estabilidad hemisférica y la seguridad nacional de Estados Unidos”.
No aceptar que el conflicto entre Washington y Pekín no comienza ni termina en Panamá, sino que inevitablemente nos involucra, es negar la realidad geopolítica y geoeconómica que el país deberá enfrentar en los próximos años, y quizá durante las próximas décadas.
Aterrice, señor presidente: busque compañeros de viaje, prepare a su gobierno y al país para lo que puede venir. Negar la evidencia solo nos dejará sin rumbo en un tablero donde ya somos pieza visible.
El autor es exbanquero.

