No una tajada, la sandía entera



Con la caída del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, según algunos, el fin de la historia y el triunfo del modelo social demócrata occidental, la izquierda se encontraba a la deriva ideológicamente. La Unión Soviética terminó siendo la gran quimera que colapsó en un abrir y cerrar de los ojos ante la mirada atónita de sus camaradas internacionales.

Ante este fracaso estrepitoso, la izquierda no dudó en buscar una nueva causa unificadora bajo el lema de “cuidar el planeta”. Por supuesto, para ellos, cuidar el planeta implica cambiar el sistema capitalista occidental debido a la voracidad con la que supuestamente consumían los escasos recursos naturales.

Se les hace imperativo la necesidad de un nuevo orden que reoriente los esfuerzos revolucionarios bajo el lema de la protección del planeta. La visión romántica Rousseauniana vuelve a aflorar con vender visiones utópicas del hombre en un planeta ecológicamente sostenible. Se les hace necesario pregonar la necesidad de frenar el progreso económico de Occidente, debido a los efectos nocivos que le causa este al medio ambiente.

Este noviazgo entre la izquierda y el movimiento ecologista le dio un aura de benevolencia al discurso en la medida de que la lucha ahora pasaba del plano de la guerra armada en las selvas tropicales a los foros internacionales dedicados al desarrollo de políticas públicas en pro del medio ambiente.

El ecosocialista refundó el discurso a uno en el que el capitalismo es incompatible con un mundo sostenible. Según el ecosocialista, los recursos son finitos, pero el capitalismo en su voracidad necesariamente agotaría estos recursos dejándonos con un planeta post apocalíptico al estilo de Mad Max.

Dado que el mundo real no es como el de las películas, es necesario refutar la ficción con hechos.

Uno de los casos más renombrados fue la apuesta entre el economista Julian Simon y el biólogo Paul Ehrlich, padre del movimiento eco apocalíptico con su libro “La Bomba Demográfica” (1968) quien dijo que estaba dispuesto a apostar que Gran Bretaña no existiría en el 2000.

Simon le propone a Ehrlich que se escogiera mejor una canasta de materias primas, como el cobre, cromo, níquel, estaño y tungsteno. Si en 10 años aumentaba el precio de la canasta de metales, ganaba Ehrlich. En caso contrario ganaba Simon.

Después de los 10 años, en septiembre de 1990, la apuesta la ganó Simon. El punto es que, si bien es cierto que hay recursos finitos, el único recurso infinito, según Simon, es la creatividad humana y ante la escasez, es mediante la aplicación del conocimiento que se logra economizar en el uso de estos recursos.

Nuevamente, el discurso ecológico, como piel de oveja, lo único que ha logrado es insertar el discurso socialista en todo foro internacional sobre el cambio climático existente. Este fenómeno lo que nos ha traído es el concepto del militante “sandía”: Verde por fuera, pero rojo por dentro. El discurso ambientalista y anti-capitalista ya se inculca desde la primaria.

Incluso, ha llegado a los principales foros internacionales con declaraciones, como las de Christiana Figueres, ex secretaria ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático: “Esta es la primera vez en la historia de la humanidad que nos proponemos la tarea de cambiar intencionalmente, dentro de un periodo de tiempo definido, el modelo de desarrollo económico que impera desde hace, al menos, 150 años, desde la Revolución Industrial”.

Hoy estamos viendo un resurgimiento del comunismo, incluso, en nuestro pequeño país, cuando la minoría izquierdista se infiltra en el discurso ambiental, causa de la convulsión social que hemos sufrido en las últimas semanas.

El autor es director de la Fundación Libertad


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