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Nunca subestimes…

Uno de nuestros profesores de psiquiatría en la universidad nos decía que hay dos tipos de ignorancia: la vencible y la invencible. La ignorancia vencible se refiere a aquello que no sabemos, pero que debíamos saber, mientras que la invencible son datos que desconocemos, pero que no tenemos la obligación de conocer. En la década de los 80 del siglo pasado, esto iba muy relacionado con el conocimiento implícito a las disciplinas que uno debe dominar en base a profesiones y estudios. Pero hoy día, en plena época del internet y con el acceso a la inteligencia artificial que nos pone tanta información “a un click de distancia”, pues la invencibilidad de la ignorancia se hace mucho menos justificable.

Durante la pandemia, pensé que nuestra especie había tocado fondo con las retorcidas conspiraciones de cómo las vacunas pretendían controlar nuestra mente y conducta cuando se activaran las redes de internet 5G. Como todo, esto era parte de un malvado plan de dominación mundial que Bill Gates, la familia Clinton, George Soros y los Obama, entre otros, tenían para lograr destruir a la humanidad o como mínimo reducir la población del planeta. Las explicaciones para justificar estas ideas desquiciadas se matizaron con que las vacunas magnetizaban a quienes se las ponían, que pretendían alterar los ciclos hormonales de las mujeres para evitar que se reprodujeran o que contenían grafeno que causaría daños irreversibles al activarse con las ondas 5G de las redes de internet. El grado de locura fue tal, que en algunos países hubo imbéciles que vandalizaron las torres de internet para salvar al mundo de la maldad de los artífices del maquiavélico nuevo orden mundial.

Después de esto, pensé que sería difícil lograr alguna idea más absurda, hasta que esta semana me encontré con que se le estaba enviando un extenso cuestionario a la Autoridad de Aeronáutica Civil, para que explique las sospechosas líneas que dejan algunos aviones en el cielo. La preocupación consiste en que “las sustancias que están rociando esos aviones pudieran estar afectando nuestra salud, el clima, las cosechas y quién sabe cuántas cosas más”. El caso es que, “como panameños, tenemos la potestad de reclamar el derecho que nos asiste [la verborrea es más o menos la original], de conocer el registro de esos aviones y la composición de las sustancias que están depositando en nuestro espacio aéreo”.

Al principio, creí que esto era una idiotez autóctona, pero al investigar un poco al respecto, me encuentro que ni para eso podemos ser originales. Todo es parte de una teoría de conspiración que está de moda en muchos lugares sobre lo que hacen llamar “chemtrails” (estelas químicas en español). Los cenutrios defensores de estas locuras consideran que esto puede tener propósitos ocultos como la manipulación del clima, el control de la población, la experimentación biológica o la intoxicación con químicos de la población, quién sabe si para convertir en homosexuales a todos los humanos. Algunos han llegado a acusar a empresas de querer dañar las cosechas para que les compren a ellos semillas genéticamente manipuladas.

Por múltiples razones, hay gente propensa a creer todo tipo de tonterías en forma de conspiraciones. Las principales razones para existir de los conspiracionistas son: tendencia a prestar atención a información que confirma sus creencias, seguir la forma de pensar de gente de su entorno, buscar explicaciones simples para eventos que no entienden, necesidad de sentirse diferente o superior a los demás por creer ideas singulares, o la simple polarización política. Tratar de razonar con un conspiracionista es inútil, pues está convencido que tiene derecho a su opinión, por estúpida que esta sea, y que ninguna evidencia científica o verificable tiene por qué cambiarle su forma de pensar.

El caso es que las peligrosísimas estelas químicas no son más que la condensación del vapor de agua expulsado por los motores de los aviones, que al liberarse en un ambiente con bajas temperaturas (usualmente menores a -40 grados centígrados) y alta humedad, forma una nube rectilínea que sigue la ruta del avión. La persistencia de las estelas dependerá de los factores atmosféricos, la altitud del avión y la velocidad del viento. Como curiosidad, Edward Snowden trató de buscar datos sobre los chemtrails en los documentos secretos del gobierno de Estados Unidos y no encontró nada al respecto.

Las estelas de condensación fueron descritas ya en 1918, cuando el capitán Ward S. Wells las mencionó durante la ofensiva de Meuse-Argonne en la Primera Guerra Mundial. Posteriormente, son múltiples las referencias a este fenómeno físico, el cual no ha demostrado representar ningún tipo de peligro.

Lo inaudito de todo esto es que haya personas supuestamente educadas que se machaquen el cerebro tratando de inventar explicaciones absurdas para un fenómeno conocido y perfectamente normal. En nuestros días, con solamente buscar en Google o en Wikipedia sobre las “estelas químicas” se encuentran muchas menciones donde explican por qué esas ideas no son más que disparates sin ningún tipo de sustento científico.

La moraleja de la historia: “Nunca subestimen la capacidad del ser humano para decir tonterías”.

El autor es médico cardiólogo


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