Este año, Panamá marca en su historia 122 años de su separación o independencia de Colombia. Cada 3 de noviembre, las alegorías y los recuentos históricos surgen de una especie de dormancia en la que cobran vida anécdotas y retazos del pasado, iluminando el recuerdo de presuntos próceres y héroes que, motivados por un impulso patriótico, arriesgaron vida y fortuna para construir una nueva república.
Pero, escarbando en las fuentes primarias y empalmando retazos históricos, surge un manojo de incongruencias que origina una nube inverosímil sobre la valentía, el heroísmo y el riesgo de los llamados próceres de la patria. Exaltados por nuestros historiadores, muchos de ellos han usurpado el papel de otros actores que, de manera decidida y cierta, contribuyeron a la gesta independentista. Sin su participación real y comprometida, hoy el desatinado Gustavo Petro sería el presidente de Panamá.
Uno de esos personajes, tachado y adjetivado como traidor, es Philippe Bunau-Varilla. Independientemente de los intereses que lo hayan motivado, su actuación fue determinante para que la secesión de Panamá se consolidara. No solo participó activamente en la conjura, armándola y diseñándola desde los Estados Unidos, sino que además financió con fondos propios los gastos del movimiento revolucionario.
De parte de los próceres no hay constancia de que hayan dispuesto de un solo peso para financiar la separación. El viejo Manuel Amador Guerrero, quien no era panameño, con más de ochenta años, se echó a cuestas un viaje a Nueva York para urdir el plan de secesión. Asumió los riesgos legales dimanantes de su gestión —por su carácter sedicioso— y los físicos, dada su avanzada edad y salud comprometida.
Entre los próceres había hombres con juventud, recursos y capacidad para viajar y comprometerse en la preparación del movimiento, pero ninguno asumió el riesgo personal de complotar en los Estados Unidos contra el gobierno colombiano. Tal acción les habría acarreado la pena de muerte y la confiscación de bienes. Esta circunstancia explica, aunque no justifica, el cobarde abandono del movimiento insurgente al conocerse la llegada de tropas colombianas a Colón, dejando al octogenario Amador Guerrero abandonado y solo ante el inminente riesgo de perder la vida o la libertad.
La actuación de esta pléyade de personajes cobra luminiscencia solo cuando se asegura la intervención de las tropas norteamericanas en Colón y se confirma el apoyo estadounidense promovido, casualmente, por Bunau-Varilla. Ninguno tuvo el valor ni la intención de asumir tal riesgo. En todo caso, el viejo Amador fue utilizado como carnero de sacrificio: si algo salía mal, él y tal vez unos pocos pagarían las consecuencias.
Desde esa perspectiva, el movimiento separatista fue una estrategia de riesgo medido, disponiendo de peones para el sacrificio. El grueso de los próceres buscó refugio en sus fincas, a la espera del desenlace libertario.
Abandonado Amador, el respaldo al movimiento vino de un sector que no había sido tomado en cuenta en los planes de los sediciosos: el pueblo santanero. En el arrabal de Santa Ana, donde vivía el pueblo de a pie, muchos eran veteranos de la recién terminada Guerra de los Mil Días y aún mantenían el liderazgo del general Domingo Díaz.
Motivado por los comentarios de su esposa, Amador hizo contacto con el general Díaz, quien —como militar curtido en combates— aceptó reclutar hombres para forjar la semilla de lo que posteriormente se llamarían los Soldados de la Independencia, hombres que, sin pensar en gloria ni prebendas, estuvieron dispuestos a dar su vida por la naciente república.
Existe la lista oficial de tales soldados, pero en ella no aparece ninguno de los llamados próceres, hecho comprobable en los Archivos Nacionales.
Consumada la declaración de independencia, la noticia no fue publicada en La Estrella de Panamá a tiempo oportuno: apareció como una pequeña esquela varios días después. ¿Por qué? Simplemente por cautela y temor, asegurándose —al igual que los próceres— de que la separación fuese irreversible y el apoyo estadounidense, indefectible.
Lo demás es sabido. Los llamados próceres realizaron entonces lo que yo llamo un asalto político incruento y sin un tiro. Se enquistaron en los organismos del poder político de la naciente república, controlando dicho poder por años, incluso hoy, bajo el perfil de élites dominantes.
¿Vendrá otro 3 de noviembre, y qué?
El autor es abogado y exprofesor de Ciencia Política y Teoría del Estado.

