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Panamá, entre constituyentes y reformas electorales: ¿cómo atraer inversión extranjera?

Panamá atraviesa un momento crucial en su vida institucional. Mientras se discuten distintas rutas hacia una Constituyente, el país observa cómo los partidos políticos reforman el Código Electoral a su conveniencia, al tiempo que la empresa privada sigue asfixiada por regulaciones cada vez más estrictas. La pregunta es inevitable: ¿cómo atraer inversión extranjera en semejante escenario?

Por un lado, la propuesta de Constituyente liderada por el profesor Miguel Antonio Bernal busca un proceso pedagógico y de concienciación ciudadana que ponga en manos del pueblo la construcción de un nuevo pacto social. En paralelo, la llamada Constituyente Paralela parece orientarse más a la confrontación y al despertar de “cabezas calientes” que a la búsqueda de consensos nacionales.

A la vez, los partidos políticos —muchos de ellos señalados por corrupción— impulsan reformas al Código Electoral sin un verdadero marco de regulación sobre el uso y manejo de los millonarios fondos que reciben del erario público. Mientras tanto, el sector privado, nacional y extranjero, se enfrenta a controles cada vez más minuciosos: desde bancos y fiduciarias hasta promotoras inmobiliarias y comercios deben cumplir exigencias burocráticas que alcanzan hasta lo más elemental.

Esta disparidad proyecta un mensaje contradictorio hacia el mundo: en Panamá, la política es terreno de indulgencia, mientras la empresa privada debe “respirar con permiso”. Esa asimetría erosiona la confianza de inversionistas que buscan, más allá de oportunidades, un entorno institucional predecible y transparente.

La atracción de capital extranjero no depende únicamente de exenciones fiscales o de una economía dolarizada; descansa, sobre todo, en la certeza jurídica, la transparencia en la gestión pública y la confianza en que las reglas se apliquen por igual a todos. Mientras la política permanezca blindada frente a la regulación y el escrutinio ciudadano, y la carga siga concentrándose únicamente en el sector privado, Panamá corre el riesgo de convertirse en un país poco atractivo para quienes desean invertir a largo plazo.

Si realmente aspiramos a consolidar nuestra posición como centro regional de inversión, debemos empezar por ordenar la casa política. Un país con partidos sin rendición de cuentas y con Constituyentes en disputa, pero con empresarios vigilados hasta el último movimiento, difícilmente será visto como un destino serio y confiable. La coherencia institucional es la base del desarrollo, y Panamá no puede seguir posponiéndola.

El autor es abogado.


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