Rubén Blades nunca mató del todo a Pedro Navaja. Lo dejó caer en la acera, tirado como chancleta vieja, pero no firmó el certificado de defunción. Ambigüedad suficiente para que el barrio, con lengua rápida y rumores de esquina, lo condenara antes que la bala. Mala prensa, fama de cuchillo fácil y reputación de maleante: el hampón ya era mito urbano antes de desaparecer.
La escena inicial es un juego narrativo: recreación, realidad, surrealismo. Pedro Navaja, con su diente de oro brillando bajo el farol, saca el puñal y se enfrenta a una prostituta. Lo sabemos por la información disponible. Ella responde con disparos. Ambos caen. Llega el borracho —juma encima— y reúne las pruebas del enfrentamiento: un puñal ensangrentado, una Smith & Wesson calibre .38 Special y unas monedas rodando por la acera caliente.
Don Sherlock, SOS. Pedro es “piedra” en latín; Navaja, novacula: cuchillo.
Caso cerrado… a primera vista. Pero Blades juega con un expediente policial sin final. En la secuela, Sorpresas, la historia se da vuelta: el muerto no era Navaja, sino Alberto “El Salao” Aguacate; y la supuesta mujer resultó ser un hombre “con prendas de vestir femenina”, conocido en la calle como Josefina.
¿En la 4 de Julio, en aquella época? La vaina se enreda: ¿estuvo Navaja siquiera en la escena? ¿O solo el mito?
La construcción del personaje tiene raíces múltiples. Su madre, Anoland, pianista, le legó el tumbao cubano. Su padre —policía, bongosero y bohemio, hijo del poeta nacional— le transmitió el oído para la esquina y la calle. De esa mezcla se fraguó un personaje que no es únicamente panameño ni neoyorquino, sino panlatino, capaz de seguir vivito y coleando en la memoria colectiva.
Pedro Navaja se hermana con otros mitos de América Latina y el mundo: Ismael Rivera, el Brujo de Borinquen, inmortalizado en cada salsa que cantaba; el Chino cubano, héroe urbano repetido como eco de esquina; Jesús Malverde (México), bandido generoso que no muere; Carlos Gardel, el Zorzal Criollo, que sigue cantando siglos después; y, para contrastar violencia universal, Gengis Khan, símbolo de poder y muerte que trasciende la historia. Aparece hasta la mamá de Tarzán.
Reina la incertidumbre: cayó, pero nadie vio su muerte. La prensa lo dio por muerto, el barrio lo veló, pero Blades nunca lo remató. Cada elemento —el puñal, la .38 Special, el diente de oro, el borracho recogiendo monedas— atestigua que la leyenda sobrevive.
El relato se desliza entre modismos de calle: “ir volao”, “el día está flojo”, “no estás en na’”.
Guaguancó narrativo: música, violencia y rumor se mezclan. Pedro Navaja se vuelve mito latinoamericano porque cae, resucita y se reinventa en cada esquina.
¿Pedro Navaja es panameño, latino o simple mito de la esquina?La respuesta está en el tumbao de Blades: en la cadencia del guaguancó, en la sombra de los mitos que lo preceden y en la ambigüedad que nunca termina. Entre puñales, pistolas, monedas y dientes de oro, la leyenda sigue viva.
En Juanito Alimaña, Lavoe narra que el bandolero estuvo en el velorio de Navaja. ¿Qué prueba sumaria llevó? García Márquez, alquimista de mitos, confesó que le hubiera gustado escribir Pedro Navaja. ¿Fue un piropo al autor o algo más profundo?
El autor es periodista, docente y filólogo.


