Toda democracia sana encuentra su piedra angular en la pluralidad de opiniones y fuerzas políticas. Es decir, una sociedad política funcional opera a través de diversos agentes políticos que buscan afrontar las problemáticas sociales, a menudo desde propuestas distintas. Esto responde al principio de representatividad de un tejido social diverso en opiniones y con variadas necesidades socioeconómicas, como lo es el crisol de razas que compone la nación panameña.
Así, la Ciencia Política indica, quizás de manera romántica, que el legislativo es el primer órgano del Estado, toda vez que concede el mayor grado de representatividad al reunir a actores políticos con trasfondos y visiones distintas, viéndose estos llamados a generar los consensos necesarios que garanticen la aprobación de leyes en beneficio de la población. En ese sentido, el pluralismo, como principio democrático, convoca a la sana y transparente negociación política. Es preciso entender que no debemos satanizar el concepto de negociación, ya que es un elemento fundacional dentro de todo proceso legislativo y no necesariamente implica actos de corrupción ni tratos oscuros dados a puertas cerradas. En contexto, una diversa Asamblea, como la conformada para este quinquenio, tiene el potencial de ser el mejor ejemplo de pluralismo democrático visto en la historia republicana de nuestro país.
En ese orden de ideas, el pasado 5 de mayo debería haber significado el final del sectarismo político y haber dado paso a la búsqueda de tender puentes y generar relaciones políticas funcionales que permitan alcanzar consensos. A pesar del mal uso del concepto de gobernabilidad en boca del tradicionalismo partidista, el 1 de julio se hizo evidente que la narrativa de ‘buenos vs. malos’ que tan exitosa fue en tiempos de campaña, motivo del desgaste político de un electorado hastiado por los mismos de siempre, ahora podría complicar el deseo de la bancada independiente por alcanzar la aprobación de leyes beneficiosas que garanticen un Estado más transparente.
El capital político del colectivo Vamos, así como su índice de aprobación frente a la sociedad civil, dependerá tanto de la necesidad de mantener la integridad y transparencia como eje de su movimiento, pero también del éxito que tengan en alcanzar la aprobación de leyes y reformas largamente prometidas. Así, el contexto dentro del cual se da la derrota simbólica de los independientes al no obtener puestos en la directiva de la Asamblea en este primer periodo, nos señala la clara posibilidad de un tradicionalismo unificado que no encontró suficientes motivos para aliarse con esta nueva propuesta. Para que la bancada independiente pueda alcanzar la tan deseada reforma al reglamento interno, así como otras iniciativas de transparencia, se verá en la obligación de convencer a los mismos de siempre que negociar no implica hacer tratos turbios, sino que, al contrario, propone una oportunidad de acumular legitimidad y vigencia frente a los ojos de una población crecientemente decepcionada con las dinámicas partidistas. Al final de cuentas, el desafío más importante para este periodo legislativo será recordar que la política, en todas sus formas, se define como el arte de buscar consensos en la toma de decisiones. Estamos, como sociedad, ante un quinquenio decisivo en la forma de hacer política en nuestro país; el pueblo espera soluciones, y el aislamiento político no conviene a nadie.
El autor es Licenciado en Derecho y Ciencias Políticas y amigo de Fundación Libertad.
