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Psicología y pasión aplicadas a la enseñanza

Enseñar va mucho más allá de impartir contenidos académicos. Implica comprender cómo aprenden los estudiantes, cómo funciona su razonamiento, su motivación y sus emociones.

Es aquí donde la psicología adquiere un papel fundamental: permite entender el entorno del estudiante y ofrece herramientas para identificar sus necesidades. Considero que enseñar es un acto de pasión: transmitir conocimientos y habilidades con la conciencia de que no todos pensamos ni aprendemos de la misma manera.

La neurociencia educativa ha demostrado que las emociones son decisivas en la formación de la memoria. La evidencia científica respalda que el docente debe generar experiencias didácticas emocionalmente positivas en el aula (Ferrer, 2020). Las investigaciones indican que las emociones influyen significativamente en el aprendizaje, ya que afectan la toma de decisiones en la zona prefrontal del cerebro (Meltzer, 2018).

Cada estudiante tiene una forma distinta de adquirir conocimiento. Desde la psicología, se entiende que el aprendizaje es un proceso activo y dinámico, influido por factores cognitivos, emocionales, sociales y ambientales. Estudios revelan que aproximadamente el 46.6% de los estudiantes presenta un estilo de aprendizaje visual, el 35.5% kinestésico y el 8.8% auditivo (Revista Chilena de Fonoaudiología, 2019).

El estilo visual se caracteriza por aprender mejor mediante la observación, por ejemplo, a través de diagramas o ilustraciones. El estilo auditivo se potencia con la escucha repetida de contenidos. En cambio, el estilo kinestésico se basa en el aprendizaje activo, mediante el movimiento o la manipulación de objetos.

La investigación contemporánea propone una visión más flexible. Algunos estudios plantean que estos estilos deben entenderse como canales de entrada de información que usamos según la tarea (Hart, 1983; Ribeiro, 2000, 2019).

Una parte crucial del proceso de aprendizaje es el estado emocional del estudiante. No se puede aprender de forma efectiva en medio de la tristeza, la frustración o la ansiedad. Cuando el cerebro está sobrecargado de emociones desagradables, disminuye la concentración y se afecta la retención de información. La memoria a corto plazo retiene datos por lapsos breves; la de largo plazo permite almacenarlos por periodos extensos.

Así como las emociones son esenciales para un buen aprendizaje, también lo es la motivación. Muchos dirán: “Hay estudiantes a quienes no les gustan ciertas materias”. Pero si cambiamos la metodología y permitimos que aprendan desde su propia perspectiva, con clases más dinámicas, podemos generar cambios positivos.

Por ejemplo, si a mis estudiantes no les gusta Matemáticas, pueden crear su propia tienda y calcular presupuestos, ganancias y porcentajes. Quien logre las ecuaciones más exactas ganará una medalla o podrá elegir la próxima dinámica. Este es un ejemplo de motivación extrínseca, ya que se ofrece una recompensa por lograr un objetivo.

La evidencia científica señala que la motivación intrínseca surge del interés y la curiosidad personal, mientras que la extrínseca se vincula a estímulos externos. Investigaciones recientes indican que el 71.23% de los estudiantes presenta un nivel medio de motivación, y el 17.81% un nivel alto (Mora Velasco, 2024).

Existen múltiples herramientas para cultivar la motivación, despertar el interés y reemplazar metodologías pasivas por otras más activas. Los estudios sobre gamificación muestran mejoras significativas en el desempeño académico: un aumento del 25% en la participación estudiantil y del 15% en el rendimiento cuando se aplican actividades lúdicas (Barrionuevo Montalvo, 2024).

La psicología aporta recursos valiosos tanto en el ámbito educativo como emocional: regulación emocional, acompañamiento en momentos de crisis, comprensión de estilos de aprendizaje, trabajo colaborativo con docentes y familias, y educación socioemocional.

Además del conocimiento técnico, enseñar requiere pasión, empatía y sensibilidad. No se trata solo de impartir temas, sino de transformar vidas. Podemos incorporar estrategias dinámicas como el enfoque constructivista, que propone que el estudiante construya su propio aprendizaje a través de la experiencia y la participación.

Recordemos siempre que cuando vemos al estudiante en su totalidad —mente, cuerpo y emociones— logramos un aprendizaje real, significativo y duradero.

La autora es integrante de Jóvenes Unidos por la Educación.


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