El Dr. César De León solía formular una pregunta que, más que histórica, es una provocación de conciencia nacional: ¿qué éramos antes de 1903?La respuesta no se limita a una fecha o a un hecho político; es una reflexión sobre la construcción histórica y cultural de nuestra identidad nacional.
Antes de la separación de 1903, Panamá ya existía como una realidad histórica, económica y humana propia, moldeada por su posición estratégica y por la interacción de pueblos, culturas y economías. Sin embargo, la forma en que se ha contado esa historia ha estado dominada por una visión que privilegia el tránsito sobre la nación.
Por una parte, la historiografía transitista ha destacado como “razón de ser” y hecho primordial del país el paso interoceánico entre el Pacífico y el Atlántico.
Durante más de quinientos años, este relato se convirtió en el hilo conductor y la columna vertebral de la historia oficial de Panamá. El transitismo —como bien han señalado Ana Elena Porras, Patricia Pizzurno y Celestino Araúz— no solo es una narrativa económica, sino también un proyecto ideológico y cultural que ha condicionado la manera en que los panameños entendemos nuestra identidad, nuestro desarrollo y nuestro lugar en el mundo.
Porras ha subrayado que el transitismo se transformó en un sistema de valores que define la panameñidad en función del “paso”, mientras que Pizzurno y Araúz han mostrado cómo ese modelo sirvió a los intereses de las élites comerciales y a las dinámicas coloniales y neocoloniales.
Desde esa perspectiva, Panamá aparece como un territorio funcional, no como una nación con destino propio. Esa era, precisamente, la visión dominante de Panamá antes de unirse voluntariamente a Colombia. La unión al proyecto neogranadino fue una decisión de la burguesía mercantil panameña, interesada en consolidar sus rutas comerciales y asegurar un marco político estable para sus negocios.
No fue una anexión impuesta, sino un acuerdo entre oligarquías —la panameña y la colombiana— movidas por intereses comunes. Por ello, es inexacto —como afirma el presidente Gustavo Petro— sostener que Panamá “perteneció” a Colombia o que su separación fue solo un arreglo entre la oligarquía colombiana y los Estados Unidos. Panamá se unió voluntariamente a Colombia, y su posterior separación respondió al agotamiento de esa relación instrumental y al despertar de una conciencia nacional más amplia.
En contraste, el pensamiento del Dr. César De León invita a mirar más allá del transitismo y del economicismo. Nos desafía a preguntarnos qué éramos, qué somos y qué queremos ser como nación. Para De León, Panamá no puede seguir reducida a un corredor de tránsito ni a un enclave de servicios; su destino está en el desarrollo humano, cultural y social de su pueblo.
Reivindicar esa visión implica rescatar una historia plural: la de los pueblos originarios, los trabajadores del ferrocarril, los movimientos populares y las luchas por la soberanía.
Como bien dijo De León, “Panamá no nació del canal, sino del espíritu de su gente”. Responder a su pregunta —¿qué éramos antes de 1903?— es más que un ejercicio histórico: es un acto de afirmación nacional. Éramos y seguimos siendo un pueblo con destino propio, cuya historia no se mide por el paso de mercancías, sino por la capacidad de construir una nación justa, soberana y solidaria.
El autor es especialista en ciencias sociales.

