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¿Quién lleva el pan a la casa? Cuando la paridad salarial choca con los estereotipos de género

¿Quién lleva el pan a la casa? Cuando la paridad salarial choca con los estereotipos de género
CORPRENSA// ELYSÉE FERNÁNDEZ// FOTOGRAFÍA // ABRIL // 30-4-2025// Imágenes de funcionarios de la Contraloria General de la República

Mariana es abogada en una firma regional de comercio internacional. Gana el doble que su pareja, un diseñador gráfico freelance. Viven juntos hace cuatro años en San José de Costa Rica. Cada mañana, Mariana se despierta antes de las 6 a.m., toma café, revisa correos y se va. Él se queda. Ella paga el alquiler y la mayoría de los gastos y, aun así, dice que se siente culpable por mencionar su aumento de sueldo en voz alta.

“Evito hablar de dinero porque no quiero que él se sienta menos. Ya me ha dicho que no le gusta que le recuerden que yo mantengo todo. No lo hago por humillarlo, pero tampoco debería sentir vergüenza por lo que gano”, confiesa.

Esta historia no es única. Es, de hecho, cada vez más común. A medida que las mujeres ganan terreno en el mundo profesional y académico, se enfrentan a la paradoja de que su éxito pueda incomodar, no a la sociedad en abstracto, sino al interior de sus relaciones íntimas. No por el dinero en sí, sino por lo que ese dinero representa en una cultura que aún asocia poder, valor y virilidad con la capacidad de proveer.

En países como México, Chile, Argentina o Colombia, los avances en paridad salarial no han sido acompañados por una transformación cultural equivalente. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) advierte que, en la región, aunque las mujeres han progresado en educación e ingresos, esto no se ha traducido en un poder doméstico proporcional. La autonomía económica no garantiza el respeto emocional ni la corresponsabilidad.

La masculinidad herida

Para muchos hombres, el ingreso económico sigue siendo el eje central de su autovaloración. Según un estudio del National Bureau of Economic Research (2024), cuando una mujer gana más que su pareja heterosexual, ambos tienden a mentir en encuestas: ella subestima su salario y él lo sobrestima. Lo hacen por la presión social que construye la identidad masculina en torno a la superioridad económica.

La tensión se traduce en silencios, culpas, conflictos velados o abiertos. Pareciera que el ego masculino no siempre está preparado para habitar un lugar secundario en el plano financiero sin sentir que pierde autoridad o relevancia.

Las mujeres, por su parte, han aprendido a “suavizar” su éxito. Lo veo con frecuencia en mis talleres de liderazgo. Muchas esconden lo que ganan, minimizan sus logros o se privan de hablar abiertamente de sus avances profesionales para no incomodar a su pareja. La escritora Rebecca Solnit llama a esto “el síndrome de Casandra”: cuando una mujer brilla, perturba; cuando se empodera, desestabiliza.

¿Realmente somos una sociedad moderna?

En lo público, la narrativa de equidad avanza. Celebramos a la mujer profesional, independiente, empoderada. Pero en lo privado —en el dormitorio, en la mesa del comedor, en los silencios del WhatsApp— esa independencia muchas veces se convierte en motivo de fricción.

La investigación Relative Income and Gender Norms: Evidence from Latin America muestra que las parejas tienen más probabilidades de separarse cuando la mujer gana más que el hombre. Concluye que no se trata solo de dinero, sino de normas culturales que influyen en cómo se distribuyen roles y responsabilidades dentro del hogar. Estos hallazgos subrayan que “las políticas de igualdad no pueden limitarse a abrir oportunidades laborales o facilitar acceso al crédito; también deben cuestionar y cambiar las expectativas sociales sobre quién debe mantener y quién debe cuidar”.

Según un estudio del Harvard Business Review, las mujeres que tienen éxito profesional enfrentan más dificultades para encontrar parejas estables, no por falta de afecto, sino por cómo se percibe su éxito. No por ellas, sino por la desalineación entre el éxito femenino y los modelos tradicionales de masculinidad. Las mujeres exitosas son vistas como “demasiado independientes”, “mandonas” o “intimidantes”.

La socióloga Arlie Hochschild ya hablaba en 1989 de la “doble jornada”: el trabajo formal más el doméstico. Hoy muchas mujeres viven una triple tensión: trabajar fuera, sostener el hogar y manejar la emocionalidad de una pareja que no sabe cómo vivir en igualdad.

Cuando una mujer sostiene económicamente el hogar, se desestabilizan los esquemas clásicos. ¿Quién toma las decisiones? ¿Cómo se redistribuye el poder? ¿Se valora igual el cuidado emocional o la gestión doméstica del hombre?

En muchos casos, la jefatura femenina del hogar no es elección, sino resultado de la omisión masculina. En América Latina, millones de mujeres se convierten en sostén económico no por quererlo, sino porque no tienen alternativa. Aunque no hay cifras definitivas, la tendencia de hogares con jefatura femenina crece, especialmente en zonas vulnerables.

Sin embargo, los estudios indican que las mujeres que ganan más que los hombres siguen siendo minoría. La brecha salarial persiste por normas de género, expectativas sociales y desigualdad estructural en los empleos. Pero cuando las mujeres logran superar esas barreras, enfrentan una resistencia simbólica que dificulta expresarlo con naturalidad: esconder ingresos, minimizar logros, evitar conversaciones. Estudios como Relative Income lo evidencian.

¿Cómo construimos relaciones más simétricas?

Volvamos a Mariana. Un día, su pareja le pidió que, si hablaban de trabajo frente a amigos, no dijera su cargo. “Me pidió que dijera que trabajamos en lo mismo. Me hizo sentir culpable por crecer”, recuerda. Hoy, Mariana considera vivir sola. No porque no lo ame, sino porque se cansó de cargar con la culpa del éxito. Y ahí está la paradoja: la mujer que rompe techos de cristal termina, muchas veces, encerrada en una jaula emocional donde su éxito pesa, duele y se silencia.

El problema no es que una mujer gane más. Es que todavía estamos socializados para pensar que el hombre debería ser el proveedor principal, y esa expectativa cultural funciona como un pilar invisible que estructura las relaciones íntimas. Cuando una mujer gana más, no solo hay un desequilibrio financiero, sino un cuestionamiento simbólico del machismo que sostiene que el hombre pierde el rol central que le es asignado.

Es tiempo de construir relaciones más simétricas, donde el éxito de una no sea la herida del otro, sino un esfuerzo compartido. Donde la pregunta no sea quién trae el pan, sino cómo lo compartimos.

La autora es psicóloga, especialista en Políticas Públicas con enfoque de género.


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