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Realidad y democracia

El viernes pasado tuve la suerte de asistir a un estupendo concierto de jazz de Rubén Blades en el Lincoln Center de Nueva York, que le está rindiendo a Blades el tremendo honor de un año entero de homenajes celebrando su legado como “artista visionario”. Además de este concierto, en conjunto con los grupos de jazz Boca Livre de Brasil y Editus Ensemble de Costa Rica, Lincoln Center ha montado una exhibición sobre la trayectoria musical de Blades en su Biblioteca de las Artes Escénicas; presentará su primera película (Crossover Dreams) y el documental Yo no me llamo Rubén Blades; y culminará su homenaje con una presentación de Maestra Vida por la Orquesta Filarmónica de Nueva York (30 y 31 de marzo de 2025). Será la primera presentación en Estados Unidos de Maestra Vida, obra que Lincoln Center describe como una “opera de salsa”.

En el concierto del viernes, Blades, como es su costumbre, contó anécdotas de su vida entre las canciones, permitiéndose comentarios políticos en solo dos momentos. Uno fue al introducir la canción Hipocresía, cuando comentó con cierta acidez que ‘escribí esa canción hace 25 años y nada ha cambiado”.

El otro comentario político fue muy al principio de la noche, antes de cantar una sola nota. Al subir al escenario, Blades comenzó por agradecer la gentileza de Lincoln Center y observó que ningún éxito en la vida se gana solo. “Solo un hombre piensa que él solo lo puede hacer todo y espero que no gane”, dijo Blades, afirmación que interpreté como referencia a Donald Trump y que aplaudí calurosamente.

Esta es mi última columna antes de las elecciones del 5 de noviembre en Estados Unidos, y no la usaré para despotricar una vez más sobre Donald Trump. Solo mencionaré mi esperanza de que la cordura, la sensatez y la fidelidad a los principios democráticos prevalezcan entre los votantes.

Mientras tanto, filosóficamente, veo que se me acerca el momento de encarar varias realidades duras. Una de ellas es que la visión democrática que me ha animado durante décadas es demasiado “romántica”, por no decir ingenua. Estoy leyendo un libro deprimente, titulado Democracia para realistas, que arguye que la idea de que los pueblos escogen sus lideres en base a las propuestas de cada candidato es un mito. Peor que mito, es un cuento de hadas. Según los autores, la realidad, en general, es que los pueblos no tienen ni tiempo ni interés en seguir temas políticos de cerca, por lo que ponen escasa atención a las propuestas de los candidatos. Sus votos se basan más bien en actitudes y prejuicios frecuentemente adquiridos desde la niñez, junto a “lealtades de tribu” consolidadas después. Según esta visión deprimente del proceso democrático, es inútil tratar de ganarse a los votantes con hechos que sustenten una política u otra, porque los votantes no se molestan en analizar los hechos; meramente ajustan su interpretación de los hechos para que estos embonen con las actitudes y prejuicios preconcebidos. (Ver Democracy for Realists, por Christopher Achen y Larry Bartels, Princeton University Press, 2017)

Hace 10 años, hubiera rechazado esta visión tan deprimente de democracia. Hubiera reconocido que las presidencias de George W. Bush habían hecho tambalear mi fe en la soberanía popular pero hubiera subrayado que los triunfos de Barack Obama me la restauraron en buena medida. Pero entonces llegó la elección de 2016, cuando el triunfo asombroso de Donald Trump me dejó estremecida; sin embargo, crucé los dedos y anhelé que resultara ser una aberración. En 2020, la derrota de Trump a manos de Joe Biden calmó mis temores pero no por mucho tiempo, porque Trump ha regresado con una fuerza que me obliga a tomar en serio lo que advierten los autores de Democracia para realistas. No encuentro otra explicación para el fenómeno Trump.

Entonces, si Trump gana, será amargo reconocer, a mi edad, que mi fe en la democracia durante décadas ha estado basada en romance y no en realidad. Y que la democracia estadounidense acaba de morir en las urnas. De consuelo solo me quedará la frase que se le atribuye a Winston Churchill: “La democracia es el peor sistema de gobierno, excepto por los otros que se han intentado de vez en cuando”.

Si gana Kamala Harris, celebraré que se evitó un resultado catastrófico, pero de todos modos quedará pendiente analizar con mucho cuidado el pensar político de los votantes y las debilidades innegables del sistema político estadounidense. La democracia requiere realismo, no romanticismo.

La autora es periodista y abogada.


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