Recuperar el relato de la esperanza

El año 2025 se cierra con la imagen de un mundo estremecido por la incertidumbre y una esperanza ambigua. Los conflictos geopolíticos, los desequilibrios ambientales, las tensiones económicas, las brechas sociales, la desigualdad y las diversas formas de injusticia, dejan en evidencia que no hay demasiada voluntad política, ni global ni local, y que existe una desconexión entre la empatía, la razón y la realidad. Nos quedan las preguntas de siempre: ¿Qué tipo de mundo queremos dejarle a quienes vienen detrás? ¿Qué Panamá queremos formar, con qué valores, con qué memoria, con qué dignidad? ¿Existe esperanza en los relatos políticos que posibiliten mejores tiempos?

Vivimos entre la crisis y la posibilidad. Nos debatimos en una arena de conflictos con posibilidades que nosotros mismos negamos. Mientras más avances tecnológicos logramos, más agazapados quedamos de la posibilidad de mejorar la calidad de vida. Cuanto más sabemos, más nos cuesta entender y admitir que no somos parte del problema: somos el problema. Siglos de experiencias históricas no han servido de nada.

Nos hemos resignado a las desigualdades, a las injusticias, a la autodestrucción y a la normalización de la precariedad. Esto no solo afecta la estructura de las instituciones y la sociedad, también moldea el espíritu humano. En el imaginario social de las comunidades, ya nada es un problema porque todo es normal y esto perturba el sentido de esperanza.

La realidad panameña se instala en una constante espera. Los panameños vivimos en la esperanza existencial. En el ámbito laboral esperamos ese aumento, la respuesta de un correo o la estabilidad laboral. Esperamos mejor atención médica, que salga agua en el grifo, el sello de ese trámite, la firma de un documento. Existe la espera burocrática y la espera privada. Hay una espera escalonada que jerarquiza el sistema de valores. En el escenario político estamos esperando cambios y buenas decisiones.

Octavio Tapia ha identificado los sentidos de esperanza en el imaginario social panameño. Nos habla del sentido de esperanza social, el sentido de esperanza política, el sentido de esperanza mágica y el sentido de esperanza religiosa y otras nociones de esperanza para visualizar las narrativas que dan sentido a la realidad panameña. Necesitamos recuperar el relato de la esperanza humana.

Recuperar el sentido de esperanza como una propuesta filosófica, porque la esperanza es necesaria para generar nuevas narrativas comunitarias. Sin el sentido de esperanza, no hay ideales, no hay futuro y, por ende, no hay acciones políticas motivadoras. La esperanza es una conciencia anticipadora, una expectativa anhelante, una orientación hacia un futuro deseado. Es el motor que impulsa la acción, la planificación y la resiliencia en un mundo inestable.

El pensamiento activo es indispensable para la esperanza. Los seres humanos estamos constantemente esperando y deseando. Ernst Bloch, dice que hay que conocer cada vez más los sueños despiertos a fin de dirigirlos eficazmente. La noción de esperanza activa requiere no perder el sentido de la actividad, es decir, la acción incesante de la creatividad y el pensamiento.

La esperanza panameña es ambigua y bipolar. Se cae y se levanta. Es una esperanza que duele porque el presente empobrecido del panameño frena los proyectos de vida de muchos. Es una esperanza que impulsa la acción, la planificación y la resiliencia; tiene momentos de resistencia y movilización. Pero a veces pierde el horizonte, se desvanece, se bifurca.

Pensadores contemporáneos como Byung-Chul Han concuerdan en que la esperanza es una disposición del espíritu que moviliza el pensamiento y la acción hacia futuros posibles. Han sostiene que la esperanza no es la creencia de que todo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, incluso sin garantías de éxito. En ese contexto la esperanza se convierte en una herramienta política, una fuerza que impulsa la organización, la denuncia y la participación ciudadana.

Frente a la desmemoria histórica y el desmoronamiento de los relatos, la cultura tiene un papel decisivo en la recuperación de la narrativa de la esperanza, la imaginación y la memoria. La cultura ofrece visiones del mundo que generan empatía y conciencia crítica y, por lo tanto, da esperanza en medio del caos. La cultura abre espacios simbólicos para que los sectores marginados recuperen la dignidad y la esperanza.

La narrativa que nos hace libres está poblada de símbolos. Esos símbolos los tenemos que mirar, oler, palpar, escuchar y conocer. Si logramos identificar los símbolos que nos representan, podemos caminar sin vendas. Un poema grita más que una consigna. Una canción es más fuerte que el poder arbitrario. Un cuento perdura más que un decreto.

La historia nos demuestra que la esperanza más poderosa se conjuga en los verbos defender, resistir y participar. La imaginación, como fuente de creación, es también resistencia. La resistencia inicia cuando podemos imaginar un mundo posible. Sí, 2025 se cierra con un telón de incertidumbre, pero también con la imagen de la posibilidad y la esperanza, al menos que decidamos rendirnos.

El autor es escritor.


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