Pienso que muchos de mis amigos y familiares me ven como un anciano estancado en la música clásica, como si solo quisiera escuchar a compositores y músicos ya fallecidos. En mi defensa, les pregunto: ¿cómo es posible que haya miles y miles de jóvenes músicos en todo el mundo que escogen un instrumento y deciden dedicarse a una carrera en la música seria? Se consagran durante horas cada día, esforzándose por dominar las obras de Beethoven, Bach, Mozart y Stravinsky. Estos jóvenes son melómanos; también escuchan música contemporánea como el rock.
Sin embargo, han decidido alcanzar la cumbre de su disciplina. Es una carrera difícil y frustrante; a veces interfiere en su vida social. Mientras sus compañeros están con sus amigos, ellos están en casa con una partitura frente a ellos, practicando durante horas para lograr interpretarla a la perfección. Tomará años de dedicación llegar al nivel requerido para tocar en una orquesta sinfónica.
¿Por qué lo hacen? Solo puede atribuirse a un amor profundo por las composiciones de los grandes maestros. Han tenido una revelación, un “colpo di fulmine”, cuando escucharon por primera vez las melodías de Bach y Vivaldi, las armonías de Brahms y Rachmaninov.
Quizás más obstinados que yo son aquellos que se aferran a las bandas de los años 60, 70 y 80, o a cualquier otra música de moda actual. Les falta la curiosidad de ir más allá; se muestran temerosos y aprensivos ante la idea de familiarizarse con las composiciones complejas de los siglos XVIII, XIX y principios del XX. Como todo lo nuevo, requiere un período de aprendizaje para apreciar la música académica.
No debería generar tanta angustia. No hablo de melodías con tonos ajenos a los que ya conocemos. La música clásica utiliza la misma escala de 12 notas que ha sido la base de toda la música occidental durante más de tres siglos, pero está colmada de armonías más desarrolladas.
No se limiten. Salgan de su zona de confort. Se abrirán nuevos mundos.
El autor es jubilado y profesor de música.