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Reflexiones sobre un gobierno entregado

La traición es el fraude a la confianza depositada por la familia, los amigos, un grupo étnico, una religión o un país, al actuar en sentido contrario a lo que los otros esperan. Es la falta de lealtad al grupo al que se pertenece y al que se juró defender. En el derecho, se define como el conjunto de crímenes que engloban los actos más extremos cometidos contra un país o un Estado.

Las Sagradas Escrituras, en Romanos 6:23, señalan que “la paga del pecado es la muerte”, y sobre la traición existen al menos cincuenta referencias en la Biblia. Con ese fundamento, Dante Alighieri, en La divina comedia, reserva el noveno círculo de los pecados para la traición. En la cuarta zona de este noveno círculo, los traidores que se muestran cabeza abajo representan a quienes traicionaron a sus súbditos: personeros de las más altas instituciones, creados para el bien común. Allí arden “en el infierno más profundo, castigados por el mismo Lucifer, el primer gran traidor”.

Los mismos que hoy hablan de paralización de la economía son quienes, mediante la evasión fiscal, se roban miles de millones de dólares al año. Esos gremios comerciales que ahora claman pérdidas son los mismos que adeudan millones de dólares por la malversación de cuotas obrero-patronales. Los que hoy hablan de democracia y orden son quienes, al cooptar los gobiernos, han convertido la corrupción en la industria mediante la cual extraen sus fortunas malditas.

Para ello, no tuvieron escrúpulo alguno en hacer añicos la educación, sumiéndonos en una amoralidad social y colectiva que permite frases como “robó, pero hizo”. Han adormecido las conciencias y la memoria histórica, condición indispensable para robar con impunidad y, de paso, entregar la nación.

Ha sido tal la codicia y avaricia desmedidas mostradas por el aquelarre de las clases dominantes, enquistadas en todos los gobiernos, que no han tenido reparo ni pudor en arrasar con la soberanía, el constitucionalismo y la legalidad. Para ello, no les ha importado doblar la cerviz y postrarse ante Estados Unidos, aun sabiendo que ningún imperio tiene amigos, sino intereses. Los mismos que hoy nos entregan serán mañana reses deshuesadas en el matadero de la conveniencia.

Cuando pase el tiempo, no importará cómo haya terminado todo esto. Quizás —y solo quizás— se habrá comprendido que la única salida real fue siempre crear nuestro propio sistema y un modelo nacional de desarrollo, tomando lo mejor de todo lo existente. Al final, todo habría sido cuestión de equilibrio, coraje, inteligencia y genuino interés nacional.

¿Arderán en el infierno? No lo sé. De lo que sí estoy seguro es de que Dios escribe recto en líneas torcidas.

El autor es abogado.


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