El señor que tomó prestada la Embajada de Nicaragua en Panamá sigue haciendo lo que le da la gana. Es el más llorón cuando le aplican la ley: corre a quejarse de que le violan el debido proceso; que es un pobre perseguido político porque lo juzgan –y condenan– por sus fechorías. Y no paramos de oír esa cháchara gastada y aburrida de la violación del “principio de especialidad”. Pero cuando él debe cumplir la Ley, entonces se hace el loco –que no es– y le vale un pepino los llamados de atención por comportarse como un gánster en una sede diplomática.
No hizo caso al gobierno de Cortizo y menos a este, que, a propósito, no le ha llamado la atención, salvo las escaramuzas virtuales que ha tenido con el presidente de su gobierno. Allí, en esa legación, pone a Panamá en desventaja, porque la Policía no puede ir a buscarlo para llevarlo esposado a cumplir su condena. Pero desde la impunidad que recibe por estar en territorio extranjero, hace reuniones políticas, graba mensajes para sus seguidores; ordena, sugiere, opina, propone, arenga y hasta nos sermonea. Él, precisamente, que sus hijos describieron ante el juez que los condenó como un padre nada ejemplar.
El presidente dijo que trabajaban en ver cómo remediaban las violaciones que hace este señor a las convenciones de asilo diplomático. Pero nadie ha movido un dedo para callar y poner en cintura a este gárrulo, que desde su exilio diplomático voluntario planea y dirige cómo apropiarse del partido Cambio Democrático; que dicta líneas de gobierno, como si él fuera presidente, al tiempo que se ha convertido en consejero oficioso de la justicia. ¡Vaya cinismo!
Este señor viola la Convención de Asilo de 1928, que dispone que, “mientras dure el asilo, no se permitirá a los asilados practicar actos contrarios a la tranquilidad pública”, así como la Convención de Asilo Diplomático de 1954, que establece que “el funcionario asilante [es decir, el embajador o el canciller o el presidente nicaragüense] no permitirá a los asilados practicar actos contrarios a la tranquilidad pública ni intervenir en la política interna del Estado territorial”. Si el señorito que viola a diario las convenciones que le posibilitan estar bajo las faldas de Rosario Murillo y de su marido, el comandante, ¿qué pasaría si Panamá viola, como él, esas convenciones, y lo saca como lo hizo la Policía de Ecuador con Jorge Glas cuando se metió en la Embajada de México?
Aunque eso no ocurrirá, algo debe hacer el Gobierno, porque este prófugo, desde una posición digna de un cobarde, se burla de la justicia; de nosotros y del actual gobierno, cuyo presidente y canciller hacen más por el pueblo de Venezuela que por nosotros. Así como creo que hay que acometer las injusticias de Maduro, creo también que primero deben resolver el problema con este sujeto, cuestionando pública, oficial y diariamente al responsable de no callarlo: Daniel Ortega. Si no hay paz para nosotros, para Ortega y su protegido, tampoco.