Goles, autogoles y amistades presidenciales marcaron una semana intensa entre Panamá y Costa Rica. Mientras Panamá celebraba su clasificación al Mundial, del otro lado de la frontera Rodrigo Chaves libra una guerra contra el Tribunal Supremo de Elecciones, que pidió a la Asamblea levantarle la inmunidad por beligerancia política tras señalarlo de intentar influir en las elecciones de 2026.
Chaves lo llama “linchamiento político”, pero su historial lo desmiente: ha exigido la renuncia del fiscal general, tildado de “vergüenza nacional” a la Corte Suprema, hostigado a los medios y arrastra investigaciones por corrupción. En esta cancha enrarecida, llegó José Raúl Mulino a socorrerlo… y terminó metiéndose un autogol.
Horas antes de la llegada de Mulino, los ocho expresidentes vivos de Costa Rica emitieron un comunicado advirtiendo a la comunidad internacional —y especialmente a figuras políticas extranjeras— que no se dejaran llevar por “visiones tendenciosas” sobre sus autoridades electorales. En esencia, pedían no legitimar el embate de Chaves contra el TSE. El texto fue escrito antes del viaje de Mulino, pero una fuente cercana a los firmantes admite que terminó siendo increíblemente oportuno.
Mulino ignoró por completo el comunicado. Respaldó a su amigo con una confesión inédita: que, durante la campaña de 2024, amenazó a los magistrados del Tribunal Electoral con “prender el país” si no lo dejaban correr. Con esa declaración incriminadora buscó validar la ofensiva de Chaves contra el TSE costarricense, usando como ejemplo su propia hostilidad hacia el Tribunal Electoral de Panamá. Aunque sonó visceral y vengativo, sus palabras difícilmente fueron improvisadas.
De hecho, Mulino recordó —y agradeció— que Chaves lo recibiera cuando aún era candidato y atravesaba “un estado de gran duda” sobre su futuro político. Aquel viaje del 18 de abril de 2024 levantó cejas a ambos lados de la frontera: en Panamá por lo intempestivo y por lo opaco del jet y sus acompañantes; y en Costa Rica porque recibir en la Casa Presidencial a un candidato extranjero fue leído como una injerencia indebida en el proceso electoral panameño. Ahora Mulino regresa a devolver el favor, metiendo la cuchara en el proceso electoral costarricense.
Al repasar la cronología de este intercambio de favores, surge un dato inquietante. El Tribunal Electoral habilitó la candidatura de Mulino el 4 de marzo; su “advertencia” a los magistrados —según el partido Alianza— pudo ocurrir en una reunión el 1 de abril; y para entonces ya estaba presentada la demanda de inconstitucionalidad contra su candidatura ante la Corte Suprema. Cabe preguntar: ¿Esa amenaza iba solo al Tribunal Electoral o era también un mensaje a la Corte? El interrogante no es menor.
En Costa Rica, ocho expresidentes levantaron la voz ante los excesos de su mandatario. ¿Y en Panamá? ¿Debemos conformarnos con un comunicado tibio del Tribunal Electoral que ni siquiera aclara si fue objeto de presiones?
No quiero aguar la fiesta mundialista, pero esto no es otro escándalo que pueda ser tapado por el siguiente. La gravedad de la confesión exige una respuesta institucional: del Tribunal Electoral, de la Asamblea, de la Corte y de la sociedad civil. Si la defensa de la democracia nos uniera tanto como el fútbol, eso es lo que sucedería.
Y es que ahora se quiere normalizar lo ocurrido en las elecciones de 2024. Hace unos días en la Comisión de Reformas Electorales el propio Tribunal Electoral propuso —y los partidos aprobaron— permitir fórmulas sin vicepresidente. Un gol monumental… que casi nadie cantó. Ojo.
En fútbol, Costa Rica llora: no irá al Mundial y los comentaristas lo llaman el mayor fracaso de su historia. Aquí celebramos ser el único clasificado de Centroamérica, pero en cancha ajena nuestro presidente metió un autogol descomunal: le confesó al país que llegó al poder tras amenazar al árbitro electoral. Y de paso nos recordó que llegó hipotecado por los votos de Ricardo Martinelli.
