Sin el ruido de otras crisis recientes, la ruptura interna de Vamos es hoy más profunda que nunca. El impulso electoral que llevó a 20 diputados al poder, montados sobre el discurso anticorrupción de Juan Diego Vásquez y Gabriel Silva, se prueba otra vez insuficiente para mantenerlos cohesionados.
¿Por qué importa? Porque estamos ante un gobierno que concentra poder sin construir consensos ni respetar los contrapesos. Una democracia sin oposición real equivale a darle un cheque en blanco a un mandatario que ganó con apenas el 34% de los votos. La supuesta “coalición opositora” de los 37 diputados ni fue coalición ni fue opositora; no cumplió una sola de sus promesas. Por eso, la esperanza de una fiscalización efectiva recae hoy en Vamos. Y, en menor medida, en Seguimos.
La grieta en Vamos se evidenció con la reforma a la CSS. Desde entonces, las diferencias por la cercanía con el Ejecutivo han sido constantes: primero el “convivio” con Mulino; luego las reuniones privadas con el presidente; las deserciones; las acusaciones de traición en las comisiones; y ahora un voto dividido en el Presupuesto 2026, a pesar de que la directiva de Vamos pidió rechazarlo, argumentando que este no reflejaba “los principios de eficiencia, transparencia y rendición de cuentas” del movimiento.
Ignorando la línea, hubo quienes prefirieron alinearse con el Gobierno tras semanas de hacer “taquilla” criticando lo que luego aprobaron. Resulta que, a la hora de ejercer oposición con votos —no con discursos— no todos los de Vamos fueron. A favor del presupuesto votaron Jorge Bloise, Neftalí Zamora, Yarelis Rodríguez, Carlos Saldaña, Paulette Thomas, Jhonathan Vega y la suplente de Manuel Samaniego.
En cambio, votaron en contra —cónsonos con los cuestionamientos y con la recomendación de su Junta Directiva— Alexandra Brenes, Luis Duke, Janine Prado, Walkiria Chandler, Roberto Zúñiga, Miguel Campos, Jorge González, Lenin Ulate, Yamireliz Chong y la suplente de Eduardo Gaitán.
Más allá de los reclamos coyunturales, la división es producto de tres dilemas conceptuales que rodean a Vamos:
Llegaron al poder impulsados por las figuras de Juan Diego y Gabriel; sin embargo, para incidir como bancada necesitan ser un colectivo, no una serie de personalidades compitiendo por la atención.
El discurso anticorrupción les sirvió para ganar, pero es insuficiente para incidir en la agenda nacional. Cualquiera puede proclamar que lucha contra la corrupción —incluidos los corruptos— pero, para tener impacto real como bancada, necesitan establecer posiciones en los asuntos fundamentales del país. Cuando estén en el debate la eliminación del Ministerio de la Mujer, la reapertura de la mina, el embalse de Río Indio, las reformas electorales o los nombramientos del Ejecutivo con “patente de corso”… ¿qué postura asumirán? Ahí se pondrán a prueba sus principios… y su capacidad de incidencia.
Cuestionan a los “partidos tradicionales”, pero sin coherencia interna y sin ninguna definición ideológica pueden terminar pareciéndose bastante a lo que critican: otro vehículo para capturar poder y fondos públicos.
Las señales de la crisis de identidad abundan: como la foto del diputado Jorge Bloise con Álvaro Uribe, un expresidente que —entre otras cosas— intentó interceder a favor de Martinelli cuando enfrentaba su proceso de extradición. ¿Eso refleja la posición ideológica de Vamos… o fue solo un selfie para buscar notoriedad?
Vamos tiene un dilema existencial que definirá su futuro inmediato: o se convierte en una alternativa política que articule un proyecto de país, o queda reducido a comentarista disperso de la corrupción ajena. Si no define pronto una visión común, se diluirá. Y, si no establece un mecanismo de disciplina, ese “norte” seguirá siendo abstracto.
Porque lo que está en juego no es solo su cohesión interna, sino las expectativas ciudadanas que sobre ellos pesan desde su irrupción sin precedentes en la Asamblea en las elecciones de 2024. Eso es lo que no pueden darse el lujo de traicionar.


