En la facultad de Derecho se nos enseña no solo a argumentar o a resolver problemas legales, sino que existen educadores que nos entrenan para interpretar el mundo, un mundo dinámico y de constante transformación. Pero llega un punto en el que debemos tomar una decisión: ¿A qué rama del Derecho quiero dedicarme? ¿Por qué me interesa cierto tipo de casos más que otros?
Ya sea por vocación, por la defensa de derechos humanos o por la adrenalina que genera litigar en la rama penal, algunos encuentran en el Derecho de familia una forma de proteger la dignidad en los vínculos más vulnerables. Otros se inclinan por el Derecho Corporativo o Tributario, y también están los que, por diversas circunstancias, siguen la línea del bufete donde hicieron su pasantía, del profesor que los marcó o del primer cliente que les cambió la vida.
Sea cual sea el camino, todos construimos nuestra identidad profesional a través de los casos que tomamos… pero también a través de los principios que decidimos no abandonar, incluso cuando nadie nos observa.
Esta época actual exige, más que nunca, recordar la esencia de la profesión. Hoy, donde cualquiera puede dar consejos legales en redes sociales y donde la desinformación jurídica se difunde con la misma rapidez que un meme, los abogados tenemos una responsabilidad distinta: no solo saber, sino saber discernir.
Informar no es simplificar al punto de distorsionar. Los abogados tenemos el deber de comunicar con claridad, sí, pero también con rigor. Educar no es volvernos influencers, sino convertirnos en referentes confiables para una sociedad que necesita comprensión, no confusión.
El acceso a la ley está abierto, pero la comprensión del Derecho sigue siendo compleja. No basta con repetir artículos o subir sentencias a Instagram. Los abogados debemos resistir la tentación de volvernos solo “creadores de contenido legal”, y mantenernos como guardianes del criterio, del análisis y de la verdad procesal, aunque eso no siempre genere likes.
Todos tienen su lugar, siempre que no olviden lo fundamental: la ética, la honestidad intelectual y el compromiso con la justicia, incluso cuando esta no se alinee con el interés inmediato del cliente.
Y es que, al final, no importa si un abogado litiga todos los días, si redacta contratos desde una oficina, si trabaja para el Estado o para una fundación, si se dedica a la docencia o, incluso, si lo hace desde un escenario.
Lo cierto es que quien ha sido formado en Derecho nunca deja de ser abogado. Tenemos al intérprete de Pedro Navaja, que, aunque no litigue en los tribunales, lleva al Derecho en la médula de sus canciones; escuchar sus letras es escuchar demandas sociales, denuncias al poder, defensa de los olvidados y construcción de justicia desde la música. Porque ser abogado no es solo ejercer una profesión, es encarnar un compromiso.
A los nuevos colegas, en vísperas de conmemorarse el Día del Abogado en Panamá, les dejo esta reflexión: no se angustien si aún no han encontrado su especialidad. Lo importante es no perder el sentido del oficio, ese que no se aprende solo en libros ni se mide en diplomas, sino en la forma en que uno se pone al servicio de la verdad, la justicia y la dignidad humana.
Porque ser abogado no es solo un título: es una forma de estar en el mundo. Y cuando se ejerce con convicción, no hay escenario donde no se note. Honremos el Derecho en cada acto, en cada palabra y en cada silencio. Porque eso es lo que de verdad nos define.
El autor es abogado.

