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Sí se puede: Estados Unidos acepta la idea de una mujer en la Presidencia

La derrota de Hillary Clinton en 2016 me hizo pensar que llegaría al fin de mis días sin ver a una mujer en la Casa Blanca, pero la candidatura de Kamala Harris me ha devuelto el optimismo de que esto “sí se puede”. O “she se puede”, como señala uno de los eslóganes que surgieron de la convención demócrata de la semana pasada. Claro que no estoy pronosticando que Harris ganará—eso sería muy prematuro—, pero sí estoy viendo que la asombrosa rapidez con que ella ha tomado la delantera en las encuestas confirma que los votantes estadounidenses ya aceptan que las mujeres tienen derecho y capacidad para aspirar a la presidencia. Es una idea cuyo momento ha llegado, al fin.

Hillary Clinton mencionó en su discurso ante la convención que su madre nació en un Estados Unidos donde las mujeres no tenían derecho a votar. Eso me hizo reflexionar que mi madre nació en un Panamá en que las mujeres no tenían derecho a votar. El sufragio femenino en Estados Unidos se legalizó en 1920, pero en Panamá no ocurrió plenamente hasta 1946; en ambos países, lograr el sufragio para las mujeres fue una batalla larga y dura, que requirió valentía y perseverancia por parte de las pioneras que la lideraron. Quienes se oponían sacaron toda clase de argumentos insultantes y ofensivos: que las mujeres carecían de capacidad intelectual para comprender temas políticos; que las mujeres servían solo para ocuparse de su deber principal, la familia; que el sufragio femenino violaba lo que Dios había dictado sobre la relación entre mujeres y hombres; que preocuparse por la política era un peligro para mujeres embarazadas; y otros argumentos aún más ridículos.

El avance político de las mujeres en Estados Unidos fue lento. Obtuvieron el voto en 1920, pero la primera mujer electa al Senado enteramente por méritos propios fue Paula Hawkins, republicana, en 1980; antes de ella hubo algunas otras senadoras que habían sido designadas para ocupar el puesto tras la muerte de sus esposos o que provenían de alguna dinastía política. En 1968, la primera afroamericana fue electa a la Cámara de Representantes; era Shirley Chisholm, demócrata, quien tuvo la valentía de postularse para la presidencia, aunque la idea pareciera risible para muchos. (En Netflix hay una película sobre su campaña).

Tras la presidencia de Violeta Chamorro en Nicaragua en la década de 1990, algún imbécil escribió (y creo que fue en las páginas de La Prensa) que las debilidades de su gestión eran prueba de que las mujeres no tienen capacidad para gobernar. Recuerdo haber escrito una columna en la que respondí que cada vez que hay un presidente varón incompetente, a nadie se le ocurre decir que los varones no sirven para gobernar. Lo cierto es que hay que distinguir entre lo que yo llamaría “mandatarias simbólicas”, electas en representación de un líder desaparecido (Violeta Chamorro, Corazón Aquino o Mireya Moscoso) y mandatarias que llegan al poder por méritos propios (Margaret Thatcher, Angela Merkel, Golda Meir). También hay las dinásticas (Indira Gandhi, Benazir Bhutto, y yo incluiría allí a Hillary Clinton), que se benefician de haber heredado capital político de su padre o esposo. Obviamente, las simbólicas tienden a llegar al poder en una situación débil, y a las dinásticas tampoco les va muy bien, pero las que han sabido ascender al poder por sí solas tienen una buena posibilidad de una gestión exitosa cuando llegan a la meta.

Harris está en esa categoría, y su éxito hasta el momento es apabullante. Le está ganando a Donald Trump en las encuestas, y en todos los grupos demográficos. Donde antes se decía que “no había ruta” en el Colegio Electoral para que Joe Biden le ganara a Trump, ahora los analistas ven múltiples “rutas” para Harris, y todos los estados clave están en juego. Trump—misógino y racista—no es capaz de hacerle una batalla de altura y sus ataques bajos están teniendo efecto bumerán. El debate programado para el 7 de septiembre podría ser decisivo.

Faltan 67 días para la elección, que es el 5 de noviembre. Aunque Harris no gane, su campaña habrá confirmado para siempre la igualdad de las mujeres en la política estadounidense. Estoy segura de que veré a una mujer en la Casa Blanca antes de morir.

La autora es abogada y periodista.


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