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Un argumento de Santo Tomás para demostrar la existencia de Dios

Un argumento de Santo Tomás para demostrar la existencia de Dios
Aurora boreal en el cielo nocturno sobre Plum Island y la desembocadura del río Merrimack, en Massachusetts, EE.UU. EFE//CJ GUNTHER

I. Introducción

Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) denominó “a contingentia mundi” aquella prueba de la existencia de Dios que:

a) aunque en el fondo se sustenta de la misma raíz que el argumento ontológico o a priori, empieza con la experiencia, y

b) incorpora la premisa de que el objeto de toda experiencia posible es el mundo.

El argumento es presentado en tres formas por Santo Tomás de Aquino (1225-1274) en la Suma Teológica (S.T.; I, Q.2, Art.3). De las cinco “vías”, las tres primeras se refieren al cosmológico. La cuarta apunta al argumento moral y la quinta al teleológico. De las tres primeras, citaré únicamente la primera.

El argumento en la ‘Suma Teológica’

La primera forma del argumento cosmológico se encuentra en Platón (c. 427 a.C. - 347 a.C.) Se inicia con la descripción de un motor, inmóvil él mismo, pero capaz de causar el movimiento de otras cosas.

Las tres primeras vías de Santo Tomás son formas diferentes de presentar el argumento cosmológico. Nos referiremos solamente a la primera, como hemos dicho.

“La primera y más clara es la que se deduce del movimiento. Pues es cierto, y lo perciben los sentidos, que en este mundo hay movimiento. Y todo lo que se mueve es movido por otro. De hecho, nada se mueve a no ser que, en cuanto potencia, esté orientado a aquello por lo que se mueve. Por su parte, quien mueve está en acto. Pues mover no es más que pasar de la potencia al acto. La potencia no puede pasar a acto más que por quien está en acto. Ejemplo: el fuego, en acto caliente, hace que la madera, en potencia caliente, pase a caliente en acto. De este modo la mueve y cambia. Pero no es posible que una cosa sea lo misma simultáneamente en potencia y en acto; solo lo puede ser respecto a algo distinto. Ejemplo: lo que es caliente en acto no puede ser al mismo tiempo caliente en potencia, pero sí puede ser en potencia frío. Igualmente, es imposible que algo mueva y sea movido al mismo tiempo, o que se mueva a sí mismo. Todo lo que se mueve necesita ser movido por otro. Pero si lo que es movido por otro se mueve, necesita ser movido por otro, y éste por otro. Este proceder no se puede llevar indefinidamente porque no se llegaría al primero que mueve, y así no habría motor alguno, pues los motores intermedios no mueven más que por ser movidos por el primer motor. Ejemplo: un bastón no mueve nada si no es movido por la mano. Por lo tanto es necesario llegar a aquel primer motor al que nadie mueve. En éste todos reconocen a Dios”.

II. Análisis y crítica

Un hecho que llama la atención a quien examina, desde una perspectiva filosófica moderna, los argumentos que Santo Tomás formula para demostrar la existencia de Dios, es que presupone la realidad, (S.T. Q.2.a.1) de un ser que denomina Dios, cuya existencia y atributos declara, y se propone probar.

Santo Tomás intenta conducir una investigación racional que produzca una demostración o prueba de la existencia de un ser tal. Sin embargo, la existencia de esa Deidad es afirmada, como hemos dicho, de antemano. La conclusión: “Dios existe” es suministrada antes de justificar las premisas.

La actitud del teólogo-filósofo escolástico denota, a mi juicio, un defecto de parcialidad. Sin embargo, intentamos comprender lo que quiere decir y tratamos de tener presente los escolios que al trabajo intelectual representaba la “enfermedad filosófica” característica de la época: el dogmatismo religioso católico. El mal no ha desaparecido, si bien no tiene en el ámbito filosófico y científico actual la condición epidémica que prevalecía en la Alta Edad Media.

Mi posición sobre este asunto es afín con la opinión que sostiene que la actividad filosófica es ante todo una actividad lógico-lingüística que procura aclarar las proposiciones y la formulación de los problemas que se plantea. Probablemente no se producirán respuestas definitivas, pero se evitará al menos abandonarse a creencias que en su mayoría son simplemente absurdas y que se originan, quizás, en la necesidad de seguridad emocional y material y en el rechazo de la idea de que la muerte produce la extinción del ser humano.

La religión no puede proporcionar conocimiento filosófico. La existencia o no de una realidad última denominada Dios no ha podido demostrarse racionalmente. El debate de este tema es una característica constante del pensamiento occidental desde hace más de dos mil años.

Santo Tomás de Aquino en Suma Teológica elabora varios argumentos para demostrar que por medio de la razón no solo es posible establecer definitivamente la existencia del ser que denomina Dios, sino, además, la de sus atributos.

Es conveniente, creo, considerar la viabilidad lógica de la proposición: “Dios existe”. El razonamiento de Santo Tomás se cimenta en una proposición analítica a priori: “Dios existe”, en la que el predicado -sostiene- está contenido en el sujeto:

“Por consiguiente digo: la proposición Dios existe, en cuanto tal es evidente por sí misma, ya que en Dios, sujeto y predicado son lo mismo, pues Dios es su mismo ser...”

La objeción lógica es esta: decir que un x tal existe (en este caso Dios), equivale a decir que la descripción a que se refiere x se aplica a alguna cosa real. “Dios existe” es una proposición que tiene contenido existencial (que afirma la existencia de un objeto de una clase específica, en este caso “Dios”). Pero la palabra “Dios” no denota ningún objeto específico miembro de ninguna clase. La proposición carece de significado.

Por otra parte, la certeza lógica de la proposición “Dios existe” (en la que el predicado está contenido en el sujeto) deriva de su carácter a priori. Pero la certeza de las proposiciones a priori obedece al hecho de que son tautologías, como por ejemplo en: 2+2=4. Por tanto, de una proposición a priori no puede derivarse la existencia de un objeto o algo específico. La proposición “Dios existe” es circular y no dice nada sobre la existencia real o no de un ser específico.

Hay además un defecto de carácter, quizás más fundamental, que Bertrand Russell (1872-1970) ha señalado, en mi opinión, acertadamente: si bien los griegos desarrollaron en grado asombroso el método deductivo para elaborar sus argumentos y teorías filosóficas, se valieron muy escasamente del método por el cual se llega a conclusiones generales a partir de la observación de los datos de la experiencia, es decir, la inducción. Razonaban deductivamente a partir de lo que les parecía evidente por sí mismo, no inductivamente de lo que observaban. El resultado de este énfasis en el razonamiento deductivo fue, con frecuencia, la formulación de axiomas y principios (cuya validez se consideraba indisputable) producidos en la mente del filósofo, sin el apoyo de la experiencia sensible.

La discusión del argumento cosmológico para demostrar la existencia de Dios mantiene larga tradición. Actualmente se discute en departamentos de filosofía. Por lo menos hasta René Descartes (1596-1650), puede observarse la tendencia a extralimitar los usos del razonamiento deductivo y a derivar la existencia de objetos de su concepto.

David Hume (1711-1776), por su parte, elabora críticas al argumento cosmológico demostrando que nada hay de absurdo o imposible en el hecho de que no haya un autor primero en una sucesión eterna de objetos y que en una sucesión de objetos la explicación de la causa de cada parte de la serie torna superflua la necesidad de explicar la causa de la serie como un todo.

Immanuel Kant (1724-1804) hace, a mi juicio, la crítica más completa y firme del argumento cosmológico. En Crítica de la razón pura (Dialéctica Trascendental, Cap. III, sec. 5) desarrolla los argumentos que demuestran la imposibilidad de establecer válidamente una prueba de la existencia de Dios producida a partir de conceptos a priori como, por ejemplo, el argumento ontológico.

En síntesis, Kant sostiene que el argumento cosmológico, aunque parece distinguirse del ontológico que “pone toda su fuerza en meros conceptos a priori”, en realidad no es más que el mismo argumento disfrazado con otro ropaje (empírico). El argumento cosmológico se sirve de la experiencia solo como un primer y único paso para llegar al concepto de un ser necesario, que es un ser de realidad suprema (ens realissimum) cuyas propiedades no puede describirnos, sino acudiendo a meros conceptos a priori.

Para ver con más claridad las falacias del argumento cosmológico, Kant las expone en forma silogística: si todo ser necesario es, a la vez, ser realísimo, entonces algunos seres realísimos son, a la vez, seres necesarios.

Ahora bien, un ser realísimo es exactamente igual a otro ser realísimo. Por tanto, todo ser realísimo es un ser necesario. Y puesto que esta última proposición solo está determinada por sus conceptos a priori, el simple concepto de ens realissimum tiene que implicar la necesidad absoluta de ese ser, y esto es precisamente la médula del argumento ontológico. De modo que el argumento cosmológico pretende conducirnos a la conclusión (la afirmación de existencia de Dios) por un camino distinto del ontológico, pero solo da un pequeño rodeo y nos regresa al argumento que se trata de eludir.

El lector interesado puede consultar:

  • Kant, Crítica de la razón pura (Dialéctica Trascendental, Cap. III, sec. 5)

  • Plato: Laws; A.E. Taylor, Trans. Princeton Univ. Press. 1961.

  • Hick, J. (edit.): The Existence of God, Cambridge Univ. 1968.

  • Aristotle: Metaphysics, W.D. Ross Trans. Oxford Univ. Press. 1990.

  • Sto. Tomás de Aquino: Suma de Teología Reg. Est. de las Prov. Dom. en España. Edit. BAC. 1994. (S.T. Q.2.a.1).

  • J. Maritain: The Range of Reason. En: Alston, W., edit. Religious Belief and Philosophical Thought. Univ. of Michigan. 1963.

  • B. Russell: A History of Western Philosophy. S & Schuster, 1972.

  • Descartes: Discourse on the Method. Cottingham; Stoothoff & Murdoch, Trans.

El autor es doctor en filosofía.


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