David, capital de Chiriquí, ha sido testigo de importantes transformaciones a lo largo de su historia. Desde el siglo XIX, esta ciudad se distinguió por un estilo arquitectónico que reflejaba su identidad cultural, social y económica. Este escrito ofrece una breve mirada al David que se perdió, destacando la importancia de aquellas arquitecturas que marcaron su historia desde el siglo XVIII hasta mediados del XX, sus características, su desaparición y la relevancia de preservar lo que aún queda como testimonio de un pasado próspero en identidad y cultura.
A mediados del siglo XIX, David era una ciudad en crecimiento que comenzaba a consolidarse como un centro económico y comercial clave en el occidente de Panamá. La arquitectura de las residencias davideñas conservaba rasgos heredados de los estilos coloniales, influenciados por los primeros albañiles españoles y criollos que se asentaron en los alrededores de la Hermita San José de David. Las construcciones respondían a la necesidad de adaptarse al clima tropical y a los materiales disponibles.
El análisis de documentos notariales de la época permite apreciar los cambios que atravesaba la ciudad y las modalidades de construcción en las viviendas del casco viejo. Un ejemplo destacado proviene de 1909, cuando el Dr. Eusebio Morales, entonces secretario de Estado en el Despacho de Instrucción Pública, visitó David para gestionar la compra de un inmueble al señor David Delvalle Henríquez Jr. Su objetivo era habilitar salones de clases ante la carencia de escuelas en el distrito. En el contrato se describía así la vivienda:
“La casa ubicada en la esquina de Giradot y Doleguita – mide 18 m 50 cm de frente por 18 m 40 cm de fondo, con una altura de 13 pies del piso al cielo raso. Está dividida en ocho departamentos. Es de madera sobre basas de concreto y cal y canto. Las maderas, pilares y cuadro son de ‘María’; el forro y las puertas son de pino colorado; los entrepaños, tabiques y cielos rasos, de pinotea; el techo, de tejas.”
Estos registros confirman el predominio de materiales como la caña brava y el mangle, sostenidos por horcones de níspero. Los muros solían levantarse con adobe y quincha de entre 50 y 55 centímetros de grosor, lo que ayudaba a mitigar el calor tropical. El piso, en algunos casos, era de tierra aplanada; en otros, se empleaba el denominado piso romano.
Las casas, generalmente de uno o dos niveles, eran hogar de familias prominentes. Entre los grandes íconos arquitectónicos del período neogranadino destacan la Casa Obaldía —propiedad de José de Obaldía Orejuela, presidente de la Nueva Granada en varias ocasiones— y la Casa Gallegos, datada en el siglo XVIII. Ambos inmuebles, de estilo hispano-neoclásico, representan los últimos vestigios de la arquitectura regional, resultado de la fusión de tradiciones locales e influencias españolas.
Hoy, estas edificaciones históricas se encuentran deterioradas y en espera de una rehabilitación que permita recuperar, aunque sea parcialmente, lo que en su momento albergó el Museo de Historia y Arte José Obaldía Gallegos. El acelerado desarrollo urbano, el crecimiento poblacional y la adaptación a una economía en constante cambio fueron determinantes en la transformación de David. Sin embargo, la modernización no siempre respetó los valores históricos y culturales de su arquitectura, lo que condujo a la demolición de estructuras emblemáticas, reemplazadas por construcciones funcionales pero carentes de identidad.
Una carta de 1933, enviada por Jacinta de Herrera y Emma de Lambert a doña Rosario Guardia de Arias, da cuenta del deterioro de estas viviendas:
“Existe aquí en David una casa de propiedad de Instrucción Pública, situada al Este de la Avenida B. Norte. Va a ser derruida por orden del señor gobernador y del señor inspector de Instrucción Pública. Han tomado esta resolución en vista de que la casa amenaza desplomarse. La Sociedad Señoras de la Caridad se compromete a hacer las reparaciones más urgentes para evitar que la casa se caiga y seguirá mejorando la propiedad a medida que los fondos así lo permitan.”
La Dra. Nixa Gnaegi de Ríos resaltó, en conversación reciente, la importancia de la Plaza Oteima como modelo de conservación arquitectónica:“Para nosotros representa un ejemplo de cómo podemos y debemos conservar aquellas edificaciones que poseen valor histórico en nuestra república. En David quedan muy pocas, porque realmente ya casi no existen.”
La pérdida de identidad arquitectónica debilita el sentido de pertenencia y limita el turismo cultural, un sector que podría impulsar el desarrollo económico de la ciudad. Proteger el patrimonio histórico no es solo una cuestión estética, sino un compromiso con la memoria colectiva. Es necesario trabajar juntos para que el David del futuro no olvide el legado de quienes construyeron la ciudad que hoy conocemos.
El autor es historiador.

