A Ricardo Martinelli hay que reconocerle su energía para tratar de convertir sus mentiras en supuestas verdades. Resulta que, según uno de sus repugnantes regurgitos en X, soy responsable de la “quasi [sic] destrucción moral existente en Panamá, donde nadie ya cree en nadie”. Lo dice un delincuente condenado por lavar dinero, cobarde, sociópata y amnésico que no recuerda –o no quiere recordar– que fueron sus propios hijos –corrompidos por su ejemplo– los que lo desnudaron moralmente en una corte de Estados Unidos.
No fui yo el que destruyó la reputación de nadie. Don Richeliu ya era un reconocido maleante cuando empecé a oír de él… y hablo en el plano empresarial, cuando aún no estaba en sus planes ser el depredador político y social que es hoy. Si los hijos perdieron su buena reputación, será mejor que empiece a mirar al espejo si busca un culpable. Fue él quien no tuvo escrúpulo alguno en enlodar a sus hijos del fango moral en donde felizmente habita y prospera.
Y si ya se le olvidó, le voy a recordar las palabras de uno de los abogados de sus hijos cuando estos pedían clemencia a un juez en Nueva York por el caso Odebrecht, antes de ser condenados: “... Nuestro cliente Rica [Ricardo Martinelli Linares] y su hermano Luis, fueron atados a esta conspiración de lavado de dinero, más de una década atrás, en el 2009, por su padre, quien era entonces presidente de Panamá, quien era el receptor de los sobornos de Odebrecht”. Y luego añadió que su cliente “cometió este crimen porque su padre se lo pidió”. Pero yo soy, según este caradura, el que destruye moralmente el país.
Es, precisamente, por él que en Panamá ya nadie cree en nada ni en nadie, porque mientras nos trata de estúpidos con el cuento de que él es una inocente e inofensiva víctima, los hechos nos gritan lo contrario. El nombre de este sujeto –sus hijos y funcionarios de su Administración– han sonado en cuanto escándalo hubo durante su gobierno: en Panamá, en Italia, en Estados Unidos, en España, en Suiza, Andorra, Brasil. No hay ninguna duda de que internacionalizaron sus nombres a costillas del prestigio de nuestro país. ¿Y este tipo quiere darnos clases de moralidad?
Y ahora su garulilla gobierna mientras los negocios prosperan para algunos de sus miembros, tal como ocurrió entre 2009 y 2014. Diez años después aún siguen subiendo y bajando escaleras en el Ministerio Público o en los tribunales de justicia o descansan intranquilos mientras cumplen su merecida condena.
El ejemplo que este sinvergüenza puso en su familia, en la sociedad, el que puso a los políticos y funcionarios de todos los gobiernos son los mismos que siguen su progenie, sus copartidarios y sus amigos, que ven en él al redentor de los perseguidos por la justicia, empezando –y terminando– con él mismo, porque si algo ha quedado muy claro es que en su lista de preferidos, él es el primero, el segundo, el tercero y hasta el décimo. Después puede que haya otro, pero seguramente ni siquiera son sus hijos, a los que ya una vez abandonó a su suerte.
Entonces, ¿de qué moral habla este lavador de dinero cuando dice que yo destruyo la moralidad del país? Si habla sobre su retorcida moralidad, me declaro culpable, porque si esta lo tiene a él y a sus hijos donde están, así como a sus más queridos exfuncionarios, no la quiero ni la necesito. Si es por mí, puede quedarse con toda ella, enlodarse con ella y hasta hacer un (mani) fiesto para celebrar su libertad, obtenida a punta de llanto, lágrimas y de hacerse la ‘vístima’.


