“La palabra áspera hace subir el furor», dice uno de los Proverbios del Antiguo Testamento, y aunque habla de palabras, es cierto que la violencia genera violencia. Obviamente, ninguna acción violenta tiene justificación, pero sí una explicación en la mayoría de los casos, y no es distinto en política, que, no olvidemos, es una actividad que se ejerce sobre personas que pueden resultar ser muy volátiles.
Es injustificable el asalto a la embajada de México en Ecuador por parte de sus autoridades, pero tiene una explicación: la corrupción persistente del asilado y su idea de impunidad, que genera en la ciudadanía una furia justiciera que alimenta a populistas fanfarrones, dispuestos a dinamitar la democracia con tal de aparentar que están solucionando las cosas.
Que no se le ocurra a nadie asaltar la embajada nicaragüense —sería un grave error—, ni siquiera alberguemos ese deseo, que revela un criterio populachero y matonil que no solucionaría nada, pero que se explica igual que el asalto a la embajada mexicana: corruptos que se sienten impunes e insisten en que Panamá no es una democracia, lo cual es muy grave.
Ya reaccionaron algunos expresidentes, «con honda preocupación», apoyando a Mulino, hablando de «judicialización de candidaturas en Panamá», como si no fuéramos una democracia. Firman la «declaración» una lista de personas que no saben lo que firman (lo de Moscoso es increíble y sospechoso) y que se meten en lo que no entienden cabalmente o no les importa. Son precisamente esas intervenciones internacionales las que van desdibujando nuestra calidad democrática y nos reducen a una república bananera poco confiable.
Cuidado con violentar la democracia, soñando con asaltos o victimizándose, diciendo que no existe. Ese es el combustible del hartazgo, que hará que estalle la sociedad civil para convertir en realidad lo que se lleva invocando con tantas mentiras irresponsables: un estado fallido que termine por hundirnos en una miseria social de la cual es muy complejo salir.”
El autor es escritor
