Desde el punto de vista de las personas, la política es psicología y comunicación. Para la mayoría de los votantes, la política son imágenes fugaces que aparecen como destellos entre muchísimos estímulos. El resto de la política —los matices, la complejidad, los programas y las propuestas— es simplemente ignorado.
Las personas somos ahorradores de esfuerzo cognitivo. Nuestro cerebro evolucionó para sobrevivir, emocionarse y pensar lógicamente. Para hacer todas esas funciones, necesitamos evitar hacer muchas otras. Como acuñaron las psicólogas Susan Fiske y Shelley Taylor, somos “avaros cognitivos”, ya que buscamos atajos y razonar sin esfuerzo. De todos los estímulos cotidianos solo le prestamos atención a unos pocos. En general, son aquellos que nos llaman más la atención, los más fáciles de procesar o los que tienen gran carga emotiva los que concentran nuestra cognición.
En el plano político, son los sentimientos los que explican con mayor precisión el voto, y no la coincidencia en programas, una pertenencia socioeconómica determinada u otras variables que otrora sí eran útiles. Sentimientos extremos como odios y amores estructuran la disputa electoral y dinamizan la conversación pública.
En Latinoamérica vivimos en sociedades donde, en promedio, a siete de cada diez personas no les interesa la política, donde los discursos, actos y procesos burocráticos resultan aburridos y donde sentimos que lo que pasa en oficinas, ministerios y palacios nos perjudica o simplemente no impacta nuestra vida. Pensar la comunicación en imágenes o breves destellos es entender que hoy nos interesa más lo que vemos en el feed de Instagram que en los portales de noticias o en el excesivo volumen de contenido que muchos políticos se esfuerzan en publicar.
Siendo tal la desconexión voluntaria con la política, no debería sorprendernos que un porcentaje alto de electores decida su voto pocas horas antes de los comicios. En 2025, en Ecuador y Argentina, tres de cada diez votantes no lo tenían decidido el día anterior; en Bolivia llegó al 48%. En muchos casos, la decisión se toma minutos antes de introducir la papeleta en la urna.
Parte del debate que académicos, consultores y políticos sostienen hoy gira en torno a los catalizadores de la desconexión entre la política y los votantes. Si bien se trata de un fenómeno multicausal, una de las claves es la sensación de incertidumbre que la política no logra aligerar. El nihilismo es un sentimiento creciente en Latinoamérica. IPSOS publicó recientemente un estudio donde encontró que siete de cada diez latinoamericanos están de acuerdo con la frase “vivo el hoy porque el futuro es incierto”. Se trata de una incertidumbre creciente que, al descartar la posibilidad de vivir mejor en el futuro, lleva a muchas personas a centrarse, casi a cualquier costo, en disfrutar el presente.
Este sentimiento a menudo se traduce en consumo (anulando ahorro e inversión), sobreendeudamiento, decisiones apresuradas y una profunda frustración por las prohibiciones o limitaciones que se perciben. Este valor, que en 2025 casi alcanzó el 72%, era cinco puntos menor en 2024. Si bien el estudio solo relevó a México, Colombia, Chile, Argentina, Brasil y Perú, los valores presentan baja dispersión entre sí, con la excepción de Argentina, donde llega al 78% (mayor nihilismo). Brasil tiene el valor más bajo (66%), mientras que el resto oscila entre 69% y 71%. Aunque Latinoamérica (72%) se ubica por encima de la media global (66%), la tendencia hacia el pesimismo es evidente.
El pesimismo, la creciente incertidumbre y la dificultad para visualizar un futuro mejor son moneda corriente entre muchos latinoamericanos. Este es un gran desafío para la política. Los votantes no solo constituyen sus apoyos en base a lo hecho (voto retrospectivo) o a sus amores y odios (voto afectivo), sino también al camino que la política les propone (voto prospectivo).
Es cierto que, como mencionamos antes, las personas evitamos el gasto cognitivo excesivo y, por lo tanto, evitamos leer programas o dedicar tiempo a interiorizar cada propuesta. Pero también es cierto que una comunicación eficiente debería poder sintetizar, en unas pocas claves, cómo se mejorará la calidad de vida de las personas. Para que un elector decida acompañar a un candidato, tiene que tener claro hacia dónde lo están llevando.
En Las sombras del mañana, el sociólogo Norbert Lechner sostiene que las personas recurren a la política para conseguir un marco de orden que reduzca las incertidumbres de la vida cotidiana. No se trata solo de seguridad o convivencia: ese orden deseado es, ante todo, la capacidad de orientarse, comprender de dónde venimos, leer los desafíos del presente y trazar un rumbo de futuro que haga la vida más vivible.
El autor es profesor en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de Belgrano, Argentina, donde también investiga sobre comportamiento político y electoral, comunicación política y psicología política. Es magíster por FLACSO y politólogo y sociólogo por la UBA.
