En Panamá vivimos una paradoja dolorosa: un país con todos los recursos para alcanzar el desarrollo, pero gobernado por una clase política que ha hecho de la corrupción una cultura de poder. Las encuestas más recientes confirman lo que todos sabemos: la principal preocupación del pueblo panameño es la corrupción, porque detrás de ella se esconden la pobreza, la desigualdad y la frustración de una nación que siente que su destino le ha sido arrebatado.
La corrupción es la causa estructural de nuestra desigualdad
La corrupción no es solo un problema administrativo; es la causa estructural de nuestra desigualdad. Cada contrato amañado, cada sobreprecio, cada puesto público utilizado como botín político se traduce en menos oportunidades para el ciudadano común, en hospitales sin medicinas, en escuelas sin maestros y en comunidades condenadas al abandono.
Cada acto de corrupción roba oportunidades y destruye confianza
Resulta alarmante que los diputados panameños —quienes deberían ser guardianes de la ética y la legalidad— hayan votado en contra de proyectos de ley clave que buscaban precisamente combatir la corrupción. Esa votación los retrata de cuerpo entero: una Asamblea que legisla para proteger sus privilegios, no para servir al país.
Una Asamblea que legisla para proteger sus privilegios, no para servir al país
Aún más preocupante es que los partidos con mayor número de miembros bajo investigación por corrupción son precisamente el PRD y Realizando Metas, los mismos que hoy controlan el poder político. Esa coincidencia no es casual; refleja una estructura de impunidad que ha hecho del Estado un instrumento al servicio de intereses particulares.
El poder político no puede seguir siendo refugio de los corruptos
Panamá no saldrá adelante mientras su política siga en manos de quienes han desmantelado los valores éticos y morales del servicio público. Hoy el país parece atrapado entre dos partidos que han convertido el poder en un instrumento de impunidad. Ambos son expresión de un mismo mal: la captura del Estado por intereses personales.
Sin ética pública, no hay nación posible
Pero la historia enseña que los pueblos tienen el poder de corregir su rumbo. Volver a la ética pública no es una opción; es una necesidad nacional. Sin ética no hay justicia, sin justicia no hay confianza y sin confianza no hay desarrollo.
Volver a la ética pública no es una opción; es una necesidad nacional
Solo cuando Panamá recupere la decencia en su vida pública podrá convertirse en un país verdaderamente próspero y digno.
El autor es exdirector de La Prensa


