El sábado pasado, compartiendo con un grupo de amigos en Monagrillo, conversamos sobre diversos temas: el problema del agua, los huecos en las calles, deportes y conflictos internacionales. La charla tomó un giro distinto cuando alguien mencionó una entrevista concedida por el maestro Eugenio Raúl Zaffaroni. Sus reflexiones sobre la prisión preventiva nos hicieron detenernos a pensar.
Vale resaltar la grandeza intelectual de este penalista y criminólogo, juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Por eso, quienes estábamos allí —algunos vinculados, de una u otra manera, con el ámbito jurídico— escuchamos con especial atención sus planteamientos.
Zaffaroni subraya que la prisión preventiva debe usarse solo en investigaciones de hechos realmente graves, lo que ayudaría a mantener baja la población penitenciaria. Recuerda que detener a alguien “por las dudas” es inaceptable: la detención preventiva solo se justifica ante un riesgo real de fuga, no por la mera amenaza de una pena. Incluso puede tratarse de un delito con alta condena posible, pero con una elevada probabilidad de absolución. Para él, en América Latina la prisión preventiva se ha convertido en una pena anticipada. Y añade que nuestra región no dispone de cárceles distintas para procesados y condenados.
Quizá el punto más inquietante de la entrevista, publicada en Juris Lex, fue cuando mencionó una teoría alemana que, aunque hoy tiene poca aceptación, preocupa por la deriva que podría tomar. Esa teoría propone considerar a ciertos investigados “no personas” y mantenerlos en confinamiento directo. Zaffaroni advirtió sobre la dirección inhumana que implicaría asumir semejante enfoque.
En el grupo surgieron reflexiones: ¿tiene Panamá realmente una política criminal? ¿Qué papel cumple el abogado en este contexto? Alguien recordó una frase que resume bien la respuesta: “un abogado no defiende culpables o inocentes, defiende derechos”. La presunción de inocencia, por supuesto, también estuvo presente en el debate.
Al concluir, coincidimos en que en todas las disciplinas pueden cometerse errores, y por eso son valiosos los maestros que provocan estas inquietudes, pues ayudan a corregirlos antes de que se vuelvan norma.
El autor es docente universitario.


