A su regreso de Estados Unidos, tras la firma de los tratados Torrijos-Carter, el jefe de Estado, Omar Torrijos, dijo en el aeropuerto de Paitilla que ahora el país quedaba “bajo el paraguas del Pentágono”.
Se refería a una asignatura pendiente en la política exterior panameña: el tratado concerniente a la neutralidad permanente del Canal. El Congreso de Estados Unidos agregó a los tratados la llamada Enmienda o Reserva de Concini que dice que si el Canal se cierra o se entorpece su funcionamiento, cada parte podrá tomar la medidas necesarias, incluyendo el uso de la fuerza militar para normalizar el funcionamiento de la vía interoceánica. Hoy, cuando George W. Bush visite las esclusas de Miraflores, la foto del presidente de la primera potencia mundial en las entrañas del Canal será todo un símbolo para muchos estadounidenses que añoran su presencia en el istmo.
Se trata, además, de la primera vez que un presidente de Estados Unidos visita Panamá en pleno ejercicio de su soberanía. Las interpretaciones políticas sobran. El analista Julio Yao señala que el mandatario estadounidense aprovechará su estadía en Panamá para decirle al mundo que las invasiones sí pagan y que ese “éxito” es extrapolable a Irak. O más allá, dice, viene con la misma misión que trajo Theodore Roosevelt a principios de siglo: “a ver cómo marcha la construcción de su Canal”. Es decir, a garantizar que empresas estadounidenses no queden marginadas de la ampliación de la vía, dice.
La historia de Panamá y Estados Unidos -desde antes y con el nacimiento de la República- ha estado marcada por esa zanja llamada Canal de Panamá, cuya construcción fue posible gracias al ingenio de un equipo de científicos e ingenieros estadounidenses, tras el fracaso de los franceses.
El traspaso del Canal fue posible debido a las constantes presiones de estudiantes, trabajadores y algunos gobernantes que a lo largo de su vida republicana exigieron la soberanía en el Canal y las áreas adyacentes.
Así, le tocó al país vivir las diferentes fases de la política exterior de EU que iban desde el famoso big stick o “gran garrote” del republicano Theodore Roosevelt (1901 -1909) hasta las del buen vecino aplicadas por el demócrata Franklin Delano Roosevelt.
Para muchos a Panamá le ha ido mejor con las políticas demócratas. Juan Antonio Tack, negociador de los tratados Torrijos-Carter, dice que Panamá aprovechó la oportunidad histórica de que el presidente era un demócrata (Jimmy Carter, 1977-1981), porque luego vendría un republicano (Ronald Regan, 1981-1989) que no estaba dispuesto a ceder pese a la presión internacional a favor de la causa panameña.
Pero al final de cuentas, dice el ex presidente Guillermo Endara (1989-1994), no importa si son demócratas o republicanos; al final siempre Estados Unidos lo que hace es “velar por sus intereses”.
(Vea El día que George Bush ‘lloró’ en Panamá)
El 11 de junio de 1992 George Bush visitaba el país que tres años antes había ordenado invadir. Todo estaba listo para que el mandatario disertara en la Plaza Porras sobre la naciente democracia. Pero, según una publicación de la periodista panameña Alina Guerrero, de la agencia AP, Bush se retiró “con los ojos y la nariz irritados por los gases picantes, sin pronunciar una palabra por los altavoces”.
Unos, los más cercanos, le lanzaban claveles y sonrisas y otros, los más lejanos, le gritaban que se fuera del país. Los disturbios se acrecentaban mientras la alcaldesa Mayín Correa hacía uso de la palabra. La policía —según recuerda el ex presidente Guillermo Endara— lanzó gran cantidad de gases lacrimógenos que el viento llevó a las narices de Bush. Los agentes secretos de la Casa Blanca rodearon a Bush, uno le puso un chaleco antibalas y otro le ofreció un pañuelo, antes de conducirlo hacia la base aérea de Albrook. Ahora, la palabra la tiene el hijo, que viene del sur donde ya saboreó el descontento popular.
