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Roberto Díaz Tapiero, ‘El junior’: la infancia en el corazón del régimen de Noriega

Roberto Díaz Tapiero, ‘El junior’: la infancia en el corazón del régimen de Noriega
Roberto Díaz Tapiero, hijo del excoronel Roberto Díaz Herrera. LP/Anel Asprilla

El ruido de los helicópteros estremeció el amanecer del 27 de julio de 1987. Explosiones y ráfagas de armas marcaron el inicio de un asalto militar en la casa de Altos del Golf donde vivía el coronel Roberto Díaz Herrera, hasta hacía poco jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Panamá.

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Díaz Herrera había sido forzado a jubilarse por presiones del dictador Manuel Antonio Noriega, y semanas antes había decidido hablar con periodistas sobre el fraude electoral de 1984, el asesinato de Hugo Spadafora y otras tretas del régimen. Su casa se convirtió en un oasis de información, un punto de encuentro para dirigentes opositores, corresponsales extranjeros y antiguos adversarios, bajo la protección de unos pocos leales armados.

Roberto Díaz Tapiero, ‘El junior’: la infancia en el corazón del régimen de Noriega
Roberto Díaz Tapiero, hijo del excoronel Roberto Díaz Herrera. LP/Anel Asprilla

Su hijo, Roberto Díaz Tapiero, tenía 15 años cuando los militares asaltaron su casa. Ese 27 de julio, más de 50 personas, familiares, guardaespaldas y aliados, se refugiaron en el cuarto de su padre mientras desde los techos disparaban las fuerzas leales a Noriega.

“Veo con mis propios ojos cómo las balas abren huecos. El sol del amanecer se cuela por cada uno de ellos porque estaba amaneciendo y veo cómo el material de la madera comprimida cae, como si fuera nieve”, dice Díaz Tapiero. Entonces abraza a uno de sus hermanos. Piensa que va a morir.

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Roberto Díaz Tapiero, ‘El junior’: la infancia en el corazón del régimen de Noriega
Esta fue la portada de La Prensa que recogió las declaraciones de Roberto Díaz Herrera. Foto: Captura de pantalla del documental La Cruzada Civilista

‘El junior’

Durante el asalto, uno de los militares lo identificó como “el junior” y le propinó una golpiza. “Prefiero que me metan un tiro antes de que me maten a golpes”, pensó.

“Ese incidente me marcó de por vida, hubo varios, pero este sobre todo”, añade.

En efecto. Ese día definió un antes y un después en su adolescencia, en su relación con su padre y con la vida en general. Los guardaespaldas que los protegían, al mismo tiempo, reforzaban códigos de masculinidad extremos. “Un guardaespaldas me decía: ‘Los hombres no lloran’. Todo eso lo mantuve dentro por años. Guardé rencor, odio. Me estaba matando a mí mismo”, confiesa.

“Por décadas he querido saber quién soy. Cada día busco redefinirme como persona”, dice una mañana de septiembre en la redacción de La Prensa.

Después de ese episodio, él y algunos miembros de su familia se fueron a Venezuela y luego a Estados Unidos.

Lo que aprendió en Suecia

La vida lo llevó a Estocolmo, donde vivió dos años con su primera esposa. Se había casado muy joven y fue ella quien le pidió mudarse a Suecia. La experiencia lo sacudió.

En Estados Unidos había pasado años rodeado de un ambiente latino que replicaba patrones conocidos: la rigidez del machismo y la marginación de las mujeres.

Pero en Suecia le sorprendió, por ejemplo, ver a sus suegros levantarse cada sábado para limpiar la casa juntos. Ese gesto cotidiano lo desconcertó: “para mí fue un shock ver al papá compartir y hacer eso”, recuerda. Era la primera vez que advertía con claridad que existían otras formas de familia, más igualitarias, ajenas al mundo que había marcado su infancia.

Esa nueva perspectiva, que desarmaba los códigos rígidos de su pasado, fue la que años después le daría las herramientas para enfrentar su historia de una manera distinta.

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Roberto Díaz Tapiero, hijo del excoronel Roberto Díaz Herrera. LP/Anel Asprilla

Una carta al ‘tío Tony’

Su relación con el régimen fue ambigua. Noriega no era solo el dictador: hasta antes del asalto a su casa, para él era el “tío Tony”. Aunque dice que ‘lo veía muy poco’, sí fue un factor en su familia. Lo veía en ocasiones especiales, como cuando ascendió a general, en bodas o en reuniones donde siempre se imponía la solemnidad del uniforme y el peso del poder.

La paradoja fue inevitable: quien alguna vez fue “el tío Tony” terminó siendo el verdugo, el mismo que mandó a irrumpir en su hogar. Ese contraste acompañó su vida, hasta que con el tiempo logró ponerle palabras a través del perdón.

Roberto Díaz Tapiero, ‘El junior’: la infancia en el corazón del régimen de Noriega
Manuel Antonio Noriega. AFP PHOTO/FILES

En los años en que Noriega cumplía condena en una cárcel de Miami, le envió una carta en la que le dijo que lo perdonaba. Era un manuscrito lleno de tachones y correcciones, que él interpreta como un reconocimiento silencioso del dolor y la necesidad de reconciliación.

Sin embargo, ese gesto de perdón no borró lo vivido. Su infancia estuvo marcada por la cercanía al poder, la vigilancia constante y la ausencia de una vida familiar convencional. “Había un sentido de que en cualquier momento me podía pasar algo. Eso también marcó mi vida”, dice, evocando la rutina de los domingos por la tarde, cuando su padre llegaba uniformado a la casa. “Siempre estaba trabajando”, dice.

“Lo que viví fue inusual, pero hay muchas personas que han vivido traumas mucho más fuertes. Les exhorto a buscar cómo sacar eso, cómo hablarlo”, añade.

Manuel Antonio Noriega, jefe de las Fuerzas de Defensa de Panamá y gobernante de facto entre 1983 y 1989. Su régimen autoritario se caracterizó por la represión política, el fraude electoral y la violación sistemática de derechos humanos. La invasión de Estados Unidos a Panamá el 20 de diciembre de 1989, que dejo decenas de muertos y desaparecidos, derivó en su captura, juicio y condena a 40 años de prisión por narcotráfico. Murió en 2017.

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Los libros

La experiencia le permitió reconstruir su narrativa personal años después. Crecer bajo la sombra del poder y la violencia no fue solo cuestión de supervivencia física; implicó procesar el miedo y la culpa, reflexionar sobre la infancia y la adolescencia interrumpidas. Esa búsqueda constante de su lugar en el mundo es lo que finalmente lo llevó a enfrentar y nombrar sus heridas.

Ahora escribe libros infantiles. Ha escrito cinco. Uno de ellos se titula Mi orgullo panameño. También prepara otro con los recuerdos de su infancia y su vida en el corazón del régimen.

La escritura se ha convertido en su forma de desarmar el pasado.


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