Es increíble la miopía –que raya en ceguera– de los políticos. Muchos de los de hoy no se diferencian de los que convirtieron el poder en instrumento de despojo. ¿En qué están pensando? ¿Creen que sus decisiones no tienen consecuencias? El presupuesto que estuvo rebotando como pelota de ping pong entre el Legislativo y el Ejecutivo quedó aprobado como querían los diputados y muchos otros políticos: apartado de la realidad, pero abundante para seguir el “fiesto”.
No busquemos fuera del espejo al culpable de escoger diputados sinvergüenzas con el intelecto de un organismo unicelular. Es una responsabilidad compartida, aunque el político puede excusarse: “¿Qué culpa tengo yo de que los votantes me elijan sabiendo que soy un perfecto ladrón?”. ¿Creen que voy a cambiar?
Por otro lado, la sociedad panameña es cada vez más ignorante de su realidad. Los que creen que si Panamá pierde el grado de inversión solo afecta al Gobierno, están vergonzosamente equivocados. Si ocurre, las tasas de interés del crédito que recibe el país aumentarán. Eso es menos obras, servicios y salarios. También serán impactados bancos y financieras y, consecuentemente, aumentarán los intereses para empresas y personas naturales. De hecho, la Caja de Ahorros ya anunció un aumento de sus tasas de interés para sus clientes de préstamos. Así que perder el grado de inversión sí nos perjudica, es un golpe directo a nuestros bolsillos que hará que sigamos perdiendo poder adquisitivo.
Aprobar un presupuesto más ajustado –como el que envió el Ejecutivo a la Asamblea la primera vez, de $26 mil 84 millones, versus lo aprobado: $30 mil 690 millones– habría sido más sensato. Las calificadoras habrían recibido el mensaje correcto: disciplina fiscal y austeridad, lo que probablemente habría sido útil para mantener la calificación de Standard & Poor’s. Pero el mensaje fue lo contrario: ¡la fiesta sigue… ¿y qué?!
Nadie objetó. Ni el Presidente, quien, en su discurso de toma de posesión nos dijo: “Se nota cómo unos pocos hicieron una gran fiesta y la cuenta la pagó la población con sacrificio, pérdida de ingresos y oportunidades. Desde hoy esa fiesta llega a su fin y la cuenta la van a tener que pagar los que la gozaron, no quienes la padecieron”. A ver, ¿en qué se diferencia Mulino de Nito Cortizo en materia presupuestaria o en moralidad?
El cuento siguió. Aseguró que no iba a mirar hacia otro lado ante el despilfarro: “Vamos a implementar un plan económico que incluye austeridad del gasto…”. Pero nos abofetea con ese presupuesto que no se puede cumplir, salvo que el Gobierno pida miles de millones más en préstamos.
Su palabrería incluyó una buena dosis de hipocresía: “Haremos buen uso del dinero, replanteando prioridades. Por ejemplo, se lo quitaremos a la politiquería y al clientelismo …”. Estoy seguro que la comunidad financiera internacional confiará en esta nueva proyección, abierta, responsable...”. No tuvo que esperar mucho para recibir la reacción de Standard & Poor’s, que notó la obvia diferencia entre un discurso hueco y la cruda realidad. Y ahora nos tiene al borde de perder la calificación. Sí, pasos firmes... directos a nuestra desgracia.