En uno de los episodios más repugnantes de la historia de los Estados Unidos, sucedido entre 1950 y 1956, el senador republicano Joseph McCarthy lideró una purga de supuestos comunistas que en las filas del Departamento de Estado, la industria cinematográfica, y las fuerzas armadas de ese país que supuestamente conspiraban con los enemigos de los Estados Unidos y pretendían dañar los valores tradicionales de ese país. Ese infame capítulo de demagogia política tiene mucha conexión con el momento actual.
Las tácticas del senador McCarthy combinaban la dramaturgia, la retórica, las peores técnicas de interrogación y, por supuesto, la demagogia. El locuaz senador arrastró a la comisión que presidía en el Senado a decenas de funcionarios quienes se veían exhibidos como supuestos responsables por la penetración del comunismo en Estados Unidos.
La carrera de muchos distinguidos servidores públicos concluyó con vergüenza bajo el peso de las insinuaciones de McCarthy. Dado el éxito obtenido apuntó sus cañones hacia los talentos frente y detrás de las cámaras, que desde California construían la imagen del mundo moderno. El Hollywood de los años de 1950 tenía muchos inmigrantes europeos de tinte izquierdista. McCarthy se ensañó con algunos escritores judíos hasta lograr arruinarlos.

Su poder parecía invencible hasta que el periodista de televisión Edward Murrow lo desenmascaró en 1954. Las actividades del senador fueron en declive hasta que en 1956 el propio Senado de Estados Unidos lo censuró. El daño ya estaba hecho, el macartismo había llegado para quedarse.
Los enemigos del presidente
El vicepresidente de Estados Unidos, durante la parte final del macartismo fue Richard Nixon, quien corrió para presidente en 1960, pero fue derrotado por John Kennedy. Nixon volvió a correr en 1968 cuando finalmente ganó la presidencia y dedicó gran parte de su gobierno a perseguir enemigos reales o imaginarios. Era considerado como un símbolo de status aparecer en alguna de las supuestas listas de enemigos de Nixon. Si un periodista o político prominente no estaba incluido, se le veía de forma sospechosa. La paranoia permanente de Nixon lo llevó a autorizar el espionaje de las oficinas del Partido Demócrata en el edificio Watergate. Eso le costó la presidencia.
El escándalo del Watergate fue el clímax del periodismo independiente en los Estados Unidos. Los dos periódicos principales, The New York Times y el Washington Post enfrentaban procesos penales por haber divulgado los papeles del Pentágono, una filtración en la que se evidenció que la guerra de Vietnam había sido provocada, y que la información sobre la misma estaba manipulada por el Pentágono. El Post le puso la guinda al pastel, al exponer en una serie de reportajes sumamente bien documentados, la trama de cómo la Casa Blanca había actuado en el Watergate y, sobre todo, el intento de encubrimiento de la trama por parte del gobierno de Nixon.
Las peligrosas fantasías de Reagan
Ronald Regan llegó a la presidencia de Estados Unidos mediante las elecciones de 1980. Su carta de presentación era su trayectoria como gobernador de California y su muy breve carrera como actor. En la campaña electoral el republicano Reagan contrastaba con el demócrata Jimmy Carter de forma significativa. Reagan se veía fuerte y optimista mientras que Carter proyectaba cansancio y pesimismo. Desde el principio de su presidencia, Reagan manifestó dos tendencias muy fuertes. Por un lado rechazaba los avances de la ciencia que no fueran aplicables a la actividad militar, y por el otro usaba poderosas metáforas en gran medida falsas para avanzar sus objetivos políticos.
En una de las más reconocidas metáforas de Reagan, invocaba una y otra vez en sus discursos de campañas dirigidos a votantes blancos, el término “Welfare Queen” (reina de la beneficencia) para describir a jóvenes mujeres de raza negra que supuestamente conducían lujosos automóviles, llevaban un estilo de vida suntuoso y financiaban los costosos hábitos de sus familias a punta de estafas y engaños a los distintos programas de ayuda social del gobierno federal, los estados y las ciudades de Estados Unidos. Esto por supuesto con la intención de enfurecer a su audiencia para justificar los recortes de impuestos a los ricos para evitar que las reinas de la beneficencia se lo siguieran robando.
Aparte del enorme crecimiento de la deuda pública de Estados Unidos, producto de los recortes de impuestos y el enorme aumento del gasto militar para arrinconar a una fracasada Unión Soviética, el legado de Reagan de mayor impacto fue el ataque a las instituciones de la democracia estadounidense. En particular dos instituciones fueron de las más embestidas por Reagan y sus seguidores: la justicia y los medios de comunicación.
Hasta los años de 1980, la Corte Suprema de Justicia había llevado adelante una jurisprudencia en contra de la discriminación racial y del machismo muy robusta, Reagan cambió esta dirección designando magistrados tan conservadores que Richard Nixon no se hubiera atrevido a nominar. Esos magistrados fueron clave para quitarle el triunfo electoral a Al Gore en el año 2000. En materia de medios de comunicación Reagan estigmatizó al periodismo investigativo y a los comunicadores críticos. Una decisión de Reagan en 1987 derogó la doctrina de la imparcialidad de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) que regía a los medios de comunicación radiales y televisivos. Esta doctrina fue establecida en 1949 ante el enorme poder que las grandes cadenas de radio y televisión, las famosas ABC, CBS y la NBC. Si un medio tenía un programa de noticias o de opinión política debía hacer un esfuerzo por tener a todas las partes protagonistas del tema. La acción de Reagan permitió la proliferación de programas de opinión en estaciones de radio AM en zonas rurales con mensajes políticos simplistas y sesgados a favor del Partido Republicano. En televisión el cambio permitió a la cadena Fox News desarrollar un estilo de programación parcializada, anticientífica, racializada y sumamente sexualizada. Las presentadoras de la cadena eran en su mayoría rubias, que en ocasiones se mostraban con escotes y minifaldas.
La era de Reagan se prolongó cuando su vicepresidente George Bush llegó a la Casa Blanca por sus propios méritos en 1988. El mundo de Bush giraba alrededor de la geopolítica global con muy poca atención hacia la política interna. La frase célebre del mandatario fue: “Lean mis labios, no habrá nuevos impuestos”. Bush se encontró con la caída del Muro de Berlín, propició la invasión de Panamá, y llevó adelante la primera guerra de Irak en la que las tropas de Sadam Husein fueron sacadas de Kuwait en lo que anunciaron una nueva era de paz y concordia mundial. Sin embargo, Bush tuvo que aceptar el aumento de impuestos como una medida para sanear las cuentas del gobierno, desencadenando un fuerte repudio de los sectores conservadores y del voto evangélico.
La llegada del hedonismo
El gobierno del demócrata Bill Clinton fue una administración muy exitosa en temas económicos y beneficiada en temas geopolíticos por la caída del Muro de Berlín que implicó el final de la Guerra Fría. Los problemas de Clinton eran en su mayoría causados por el propio mandatario. Su exitosa campaña de 1992 revolucionó la forma de hacer política. El equipo de Clinton se mostró sumamente disciplinado y su mensaje económico fue poderoso. Los cuestionamientos hacia Clinton eran generados por una sucesión de escándalos de relaciones extramatrimoniales. Clinton fue investigado por su relación con la becaria Mónica Lewinsky. Las obvias mentiras y evasivas del presidente alcanzaron su clímax cuando al ser preguntado sobre si tuvo relaciones sexuales con ella, Clinton respondió: “¿cuál es la definición de relaciones sexuales?”. El clima del yoismo y la era lúdica de los años de Clinton le abrió la puerta al regreso de un Bush a la Casa Blanca.
“W” es el sobrenombre del primogénito de George Bush. El hijo llegó a la Casa Blanca producto de un fallo judicial de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, que decidió a finales del año 2000, que el estado de Florida no podía seguir contando los votos de las elecciones presidenciales, y que los resultados preliminares que favorecían a Bush serían los definitivos. Posteriormente un audito independiente de los votos no contados reveló que Al Gore había ganado la elección de Florida, pero ese dato ya era irrelevante.
El gobierno de George Bush hijo fue el que más hizo para llevar a Donald Trump a la presidencia. Luego del ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001, el gobierno de Bush inventó excusas para invadir Irak. El terrorismo islámico quedó como un objetivo secundario de la política de Estados Unidos en el Medio Oriente. Lo de Bush hijo era terminar la misión de su padre en Irak. Esa guerra, transcurrida entre el 2003 y el 2011, le costaría a Estados Unidos unas 4,584 vidas de los soldados enviados a combatir, más de 100 mil iraquíes muertos y un costo económico estimado entre 3 a 5 billones de dólares. La guerra fue muy impopular en los Estados Unidos, lo que abrió una brecha entre bandos del Partido Republicano.
Durante los 8 años del gobierno de Bush hijo se avanzó en un proceso de desregulación bancaria y de una supervisión por parte del gobierno federal muy laxa de los grandes conglomerados financieros. Estados Unidos tuvo una enorme burbuja inmobiliaria alimentada por hipotecas baratas y con muy poco respaldo. La crisis financiera del 2008 causó el descalabro del ala globalista del Partido Republicano e incendió el rechazo de la población blanca evangélica de los excesos y abusos de las élites empresariales.
La llegada del demócrata Barak Obama a la presidencia pareció ser un bálsamo de reconciliación y armonía política. Sin embargo, la división racial y las iniciativas en materia de salud, medio ambiente y política social, pusieron al gobierno de Obama en confrontación con los sectores conservadores. La beligerancia del racismo a veces disimulado y otras veces abierto, le dio la oportunidad al estilo demagógico y neopopulista de Trump. Los votantes republicanos querían castigar a los demócratas y repudiar a las élites poniendo en la presidencia a un multimillonario magnate de los bienes raíces, Donald Trump. El magnate era a la vez un retorno al macartismo y las raíces del Partido Republicano moderno. El abogado Roy Cohn, mano derecha del propio senador McCarthy en la década de 1950, se convirtió en el mentor político de Trump en años posteriores. Las lecciones del macartismo fueron las primeras enseñanzas políticas que conoció Trump.
Trump
En las elecciones del 2016, Hillary Clinton obtuvo 3 millones de votos más que Trump, pero el Colegio Electoral le dio el triunfo al empresario. Para encubrir su derrota en el voto popular Trump acusó a supuestos millones de migrantes indocumentados como el voto secreto de la candidata Clinton. El presidente electo Trump no perdió tiempo animando a la xenofobia, el racismo y al sexismo. Su descalabro vino con la pandemia del covid-19, que abrió la oportunidad a Joseph Biden para ganar las elecciones del 2020, con 7 millones de votos más que los obtenidos por Trump.

El mandato de Biden fue exitoso en la contención de la pandemia y en el relanzamiento de la economía de los Estados Unidos. Las sensibilidades del gobierno de Biden hacia los migrantes indocumentados de América Latina y el Caribe, propiciaron una política de mano suave que consiguió que más de 10 millones de migrantes indocumentados ingresaran a los Estados Unidos. Paralelamente, el gobierno demócrata titubeó demasiado con respecto a los procesos penales contra Trump, los que fueron desarrollados tardíamente con el efecto de que cada caso y cada condena se convirtiera en una marca de triunfo y una fuente de mayor respaldo para Trump.
El deterioro de la salud de Biden y el retraso en pasar la antorcha a una nueva generación en el Partido Demócrata, llevó a la improvisada y recortada candidatura de la vicepresidenta Kamala Harris para suceder a Biden en la Casa Blanca. Harris tuvo apenas 107 días para hacer una campaña presidencial en la que tenía que darse a conocer y defender la gestión de Biden. El resultado fue que Donald Trump regresó a la presidencia con una victoria contundente en las urnas y en los colegios electorales.

Trump tiene ahora un mandato fuerte y una capacidad de gobernar muy amplia. Su gabinete tiene las figuras más inverosímiles, pero todas leales a él, mientras que senadores y representantes temen provocar su ira, por lo que un muy disciplinado Partido Republicano llevará adelante la agenda de Trump sin chistar. El gran peligro es el contenido de esa agenda.
El listado de las metas de Trump busca retroceder el tiempo en al menos 75 años. Encabeza la lista la deportación de millones de latinoamericanos indocumentados. Luego sigue el aumento de aranceles para las importaciones provenientes de socios y adversarios comerciales de los Estados Unidos, el desmantelamiento de la protección de las minorías sexuales, la eliminación de las asignaturas relacionadas con la historia de la esclavitud y la lucha por los derechos civiles de la población negra, así como el acoso a medios de comunicación y empresas que promuevan una agenda de diversidad racial e inclusión social. Por si fuera poco, Trump sacó de la nada, reclamos territoriales sobre Groenlandia y el Canal de Panamá, y aspiraciones expansionistas sobre Canadá y el Golfo de México.
En su discurso oficial de despedida, el presidente Biden alertó contra la creación de una “oligarquía” como gobierno de los Estados Unidos. Esa unión entre multimillonarios del sector tecnológico y un presidente Trump sin límites no le augura un buen momento a la democracia de Estados Unidos. Con un Partido Demócrata debilitado, es previsible que grandes movilizaciones sociales, como las protestas contra la guerra de Irak de Bush hijo, o una versión nueva del movimiento “Black Lives Matter” podrían ser los frenos que le bajen la velocidad a Trump 2.0. Mientras tanto el mundo debe abrocharse el cinturón y prepararse para un vértigo que tiene 75 años de estarse cocinando.


