María Mercedes de Corrómcorro@prensa.comTenía 89 años, pero Julio César Turbay Ayala, por siempre asociado a la corbatita de lazo, no anticipaba morir, no aún. Amparo Canal, su esposa durante los últimos 19 años, contó a El Tiempo de Bogotá que: "A él le hacían diálisis y a veces íbamos a la clínica por un dolor de espalda o por gripa, pero nada grave". Sin embargo, le llegó la hora. Su viuda confiesa que: "Quería morir dejando al presidente [de Colombia, Álvaro] Uribe reelegido, para que el país quedara en buenas manos".
Hacía cerca de un año, Turbay había fundado el movimiento Patria Nueva, separándose de la vertiente del liberalismo que lo llevó a la presidencia en 1978. Lo movía la decisión de apoyar un segundo mandato uribista. Durante sus exequias, su hijo aseguró que sus herederos retomarían la bandera de la reelección, puesto que esa había sido la última voluntad de su padre, "pensando siempre en lo mejor para la Patria".
Aún la Corte Constitucional no abre esa compuerta legal, pero, de hacerlo, Turbay habría contribuido a hacer realidad su último deseo.
En Colombia, los ex presidentes son un referente para la opinión pública. Turbay no era la excepción. Nacido en Bogotá, pero de origen libanés, no contaba con una formación superior. Llegó a la presidencia escalando uno a uno los escaños de lo público.
En sus Palabras Pendientes (El Ancora Editores, Bogotá 2001, p. 78), otro ex presidente liberal, Alfonso López Michelsen, declara que: "comparto la opinión de la mayoría de los colombianos en el sentido de que Julio César Turbay Ayala es un hombre lleno de cualidades humanas: su bondad, su lealtad e incluso la generosidad que ha demostrado hacia sus adversarios políticos son ya proverbiales en el país". Además, reconoce que Turbay "siempre ha actuado de manera desinteresada", pero lo define como un "político de profesión y no de vocación".
En el otro lado, sus críticos lo recuerdan con resentimiento porque fue Turbay Ayala el que puso en marcha el conocido como Estatuto de Seguridad, una herramienta jurídica creada al dictado de Washington que terminó siendo acusada de amparar violaciones a los derechos humanos, desapariciones y torturas en la lucha contra el movimiento guerrillero M-19 y, en general, contra la izquierda.
Más allá de los juicios, a Turbay Ayala nada le fue fácil. Su mandato presidencial se recuerda por la toma de la Embajada de la República Dominicana en Bogotá, por un comando del M-19; así como por la firma con Estados Unidos de un tratado de extradición que, finalmente, le costó la vida de su hija. Además, Turbay tuvo que pelear contra los prejuicios intelectuales contra su persona.
Como explica el historiador Malcolm Deas en la última edición de la revista Cambio, Colombia es un país que "critica mucho a sus presidentes, aprecia a sus ex presidentes, y ama a sus ex presidentes muertos". Turbay entra ahora al último renglón de la lista y lo hace con toda la caballería mediática del actual presidente Uribe trabajando a su favor. El presidente decidió, esta semana, ponerle el nombre del ex mandatario que tanto lo apoyó al Centro de Convenciones de Cartagena de Indias.
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