Panamá enfrenta un desafío silencioso pero profundo: garantizar que miles de niños, niñas y adolescentes con discapacidad puedan ejercer, en igualdad de condiciones, su derecho a una educación inclusiva. La promesa está en la ley, pero el aula todavía cuenta otra historia.
Aunque el país ha construido marcos normativos y ha impulsado políticas públicas a favor de la inclusión, los datos del informe “Hacia una educación sin barreras”, elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), revelan que esos avances aún no alcanzan. El documento dado a conocer recientemente no ofrece un retrato claro: Panamá no avanza al ritmo necesario.
El Sistema Regional de Información Educativa de los Estudiantes con Discapacidad (Siried 2024) expone la situación con cifras que interpelan más que cualquier discurso. Pero detrás de esos números hay vidas concretas: familias que recorren oficinas para lograr una adaptación básica; docentes que, sin herramientas ni capacitaciones suficientes, reinventan la jornada para no dejar a nadie atrás; y estudiantes que sostienen su deseo de aprender pese a obstáculos diarios.
Según el informe, Panamá se ubica en un punto intermedio dentro del mapa regional de la inclusión educativa. No figura entre los países más rezagados, pero tampoco entre quienes marcan el camino. La Unesco coloca al país dentro del grupo de naciones con una “presencia moderada” de estudiantes con discapacidad en las escuelas regulares.
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Infomre de Discapacidad.pdfEn otras palabras: los recibe, sí, pero de forma irregular, desigual y con apoyos que no siempre llegan. Y la inclusión, recuerda el organismo, no se limita a estar matriculado. Implica poder participar plenamente, contar con materiales accesibles, acompañamiento y condiciones que permitan aprender en igualdad.
La Unesco hace énfasis en un vacío que compromete cualquier política pública: la información. Panamá solo dispone de datos completos para primaria; no hay cifras consolidadas para secundaria baja ni secundaria alta. Este vacío estadístico —descrito por la organización como una forma de “invisibilidad”— impide dimensionar rezagos y limita la capacidad de orientar recursos donde se necesitan.
Un diagnóstico que inquieta
Las encuestas de hogares incluidas en el informe aportan una dimensión adicional al diagnóstico. En Panamá, la prevalencia de discapacidad en la niñez y la adolescencia se mantiene por debajo de los promedios regionales.
Los datos muestran que solo el 1.7% de los niños entre 2 y 5 años es identificado con alguna discapacidad; la cifra asciende a 1.9% entre los 6 y 11 años y llega a 2.2 % en el grupo de 12 a 17 años.
La baja identificación no significa necesariamente menos casos. Los especialistas advierten que podría reflejar subregistro, dificultades de acceso al diagnóstico o barreras para la detección temprana. Sin un conteo adecuado, la planificación educativa —alerta el informe— queda incompleta.
El Siried presenta otro dato clave: en primaria, Panamá registra entre 9.8 y 29.4 estudiantes con discapacidad por cada 1,000 matriculados, según el año y la modalidad. No es una cifra especialmente baja, pero tampoco suficiente para afirmar que la inclusión esté consolidada.
El documento resalta una tendencia regional que Panamá reproduce con exactitud: las niñas con discapacidad están subrepresentadas en las aulas, especialmente en los primeros años. Esa brecha de género también pasa factura en oportunidades futuras.
La sobreedad: un rezago que marca
Uno de los indicadores más sensibles del informe es la sobreedad, una señal que suele reflejar falta de apoyos oportunos, repitencia o inicios tardíos en la vida escolar. En Panamá, los números hablan por sí solos. El 22.1% de los estudiantes con discapacidad cursa su grado con un año de retraso, mientras que el 20.3% acumula dos años o más.
En conjunto, la sobreedad alcanza 32.3%, a lo que se suma un 30.5% adicional registrado en otra categoría del análisis regional. Se trata de un rezago que marca trayectorias y coloca al país ante un desafío que no puede seguir postergándose.

En términos simples: al menos uno de cada tres estudiantes con discapacidad está atrasado en su trayectoria escolar. Y ese retraso no es una anécdota; es una señal de alerta. Denota apoyos que llegan tarde o no llegan; escuelas sin recursos suficientes; adaptaciones curriculares que dependen más del esfuerzo individual que de una política sostenida.
Las cifras del Siried, advierte la Unesco, no solo son un diagnóstico técnico, sino un recordatorio ético. “La inclusión no es un lema, sino una obligación de los Estados. No basta con que las puertas de las escuelas estén abiertas: debemos derribar las barreras físicas, pedagógicas, culturales y sociales que todavía impiden que millones de niñas, niños y jóvenes con discapacidad aprendan y participen plenamente”, señaló Esther Kuisch Laroche, directora de la Oficina Regional de la Unesco en Santiago, Chile.
El rendimiento escolar también muestra brechas. Panamá aparece dentro del análisis regional con un patrón similar al latinoamericano: las tasas de aprobación de estudiantes con discapacidad son consistentemente más bajas que las de sus pares sin discapacidad. La repitencia y el abandono siguen el mismo camino.
La Unesco subraya que las mayores dificultades se concentran en primaria, un nivel clave para sostener trayectorias exitosas. Sin intervenciones tempranas, los rezagos se acumulan y se vuelven difíciles de revertir.

El rostro humano detrás de los porcentajes
Las estadísticas dan forma al diagnóstico, pero no capturan las historias que explican por qué esos números existen.
Está la madre en Panamá este que viaja dos horas cada mañana para que su hijo con discapacidad auditiva pueda asistir a la única escuela donde encontró intérprete.
La docente en Chiriquí que crea materiales en cartulina porque no tiene recursos para apoyar a una niña con discapacidad visual.
O el adolescente en Colón que repite tercer grado porque su escuela no cuenta con un auxiliar que pueda acompañarlo en actividades básicas. Su familia debe elegir entre trabajar o quedarse con él: una decisión cotidiana en miles de hogares.
Cada cifra es una vida. Cada porcentaje, un niño que espera que el sistema funcione.
Panamá en el espejo regional
América Latina es una región de contrastes. Brasil, Costa Rica y Argentina reportan una mayor presencia de estudiantes con discapacidad en aulas regulares. Otras naciones, como Bolivia o Guatemala, apenas comienzan a construir sistemas de identificación y apoyo.
Panamá se encuentra en la mitad del camino: no lidera ni retrocede, pero avanza lento. Su reto principal no es compararse, sino cerrar brechas internas: mejorar los sistemas de información, fortalecer apoyos, reducir la sobreedad y asegurar que la inclusión no sea solo un principio en documentos oficiales, sino una realidad en cada aula.
La Unesco lo resume sin rodeos: para avanzar se necesita monitoreo constante, datos confiables y políticas que lleguen al aula. El informe no solo es un diagnóstico. Es una hoja de ruta. Y Panamá debe decidir si la sigue o continúa avanzando al ritmo insuficiente de los últimos años.

