Cada noche, *Camila, de 13 años, se acuesta con un nudo en el estómago. La ansiedad por las peleas constantes en su hogar y el acoso escolar no la dejan dormir. “A veces siento que no puedo más, que nadie me entiende. Me despierto llorando y no sé cómo explicar lo que siento”, confiesa, mientras se agarra las manos con fuerza sobre su rostro, un gesto repetido que la acompaña cada vez que la angustia la desborda.
Camila vive con su madre y su hermana menor en un barrio popular del distrito de San Miguelito. Su madre trabaja largas horas en una fonda, y muchas veces ella debe cuidar de su hermana, asumiendo responsabilidades que no corresponden a su edad. El ruido de las discusiones familiares se mezcla con el peso del silencio en la escuela, donde es víctima de burlas y aislamiento. Su historia, aunque particular, refleja la de muchos niños que cargan con emociones demasiado pesadas sin tener un espacio seguro para expresarlas.
Historias que se repiten
En otro punto de la ciudad, *Miguel, de 16 años, enfrenta un dolor parecido. Al igual que Camila, sus noches están marcadas por la ansiedad, pero en su caso son los recuerdos de episodios de violencia doméstica los que lo persiguen. Los gritos, los golpes y la sensación de impotencia lo han acompañado desde la infancia. Hoy, esos recuerdos se manifiestan en ataques de pánico que lo obligan a faltar a clases.
Su madre, enfermera y madre soltera, trabaja en horario rotativo. “Ella hace lo que puede, pero sé que no siempre puede acompañarme”, admite Miguel, mientras se encoge de hombros. “A veces siento que el mundo se me viene encima. No quiero ir a la escuela porque temo que me insulten o me golpeen. No sé cómo pedir ayuda”.
La historia de Miguel conecta con la de Camila en una línea invisible: ambos cargan con miedos que los adultos a su alrededor no siempre logran ver o atender a tiempo. La diferencia es que Miguel ya empieza a faltar a la escuela, y Camila, aunque aún asiste, cada día se siente más aislada.
El peso del silencio en la niñez
*Valeria, de apenas 10 años, completa este mosaico de realidades. Su padre falleció el año pasado y, desde entonces, su vida se llenó de ausencias. Lo que antes eran tardes de juegos y risas se transformó en llantos frecuentes y en un desinterés por actividades que solía disfrutar, como bailar y dibujar.
“Ya no quiere salir al recreo. Se sienta sola en el salón y a veces rompe en llanto sin motivo aparente”, cuenta una de sus maestras, quien reconoce que sin psicólogos escolares se vuelve difícil intervenir.
Valeria, al igual que Camila y Miguel, enfrenta el reto de sobrellevar emociones intensas en un entorno que no está preparado para acompañarla. Las tres historias, aunque distintas, se cruzan en un mismo punto: la falta de apoyo emocional y de acceso a servicios de salud mental para niños y adolescentes en Panamá.
La mirada de la experta
La psicóloga y miembro del Sistema Nacional de Investigación de la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, Virginia Lista Torres, señala que, además de la violencia y el acoso escolar, el uso excesivo de dispositivos móviles agrava aún más la situación.
“Mientras que en países nórdicos se están tomando medidas para limitar el uso de smartphones en las aulas debido al incremento del bullying y los problemas de ansiedad y depresión en la generación Z, en Panamá se ha incrementado su uso, en muchos casos sin control parental. Este abuso puede exponer a los menores a diversos riesgos, como el acoso digital o trastornos alimenticios relacionados con estereotipos de género y belleza, los cuales, aunque no visibles de forma inmediata como un abuso físico, tienen un impacto psicológico profundo”, explica.
Sobre los efectos del acoso escolar, la violencia y el abuso sexual en el desarrollo emocional, Lista Torres indica que “estos abusos afectan la salud física, psicológica, sexual y social de los niños y adolescentes, con consecuencias que pueden persistir hasta la vida adulta. La gravedad de estas secuelas depende en gran medida de la rapidez con que se busque ayuda profesional”.

La experta añade que, si los problemas de salud mental no se abordan a tiempo, los efectos en la vida adulta pueden ser devastadores. “Los niños o adolescentes que han sido víctimas de abuso pueden desarrollar trastornos como estrés postraumático, bajo rendimiento escolar, ideas suicidas o depresión. Estudios incluso han demostrado que el abuso infantil tiene un impacto neurobiológico a nivel estructural, predisponiendo a las víctimas a enfermedades psiquiátricas a largo plazo”.
En cuanto al acceso a servicios de salud mental infantil en Panamá, Lista Torres comenta que “aunque Panamá es un país con un PIB relativamente alto en la región, la desigualdad económica sigue siendo una barrera para acceder a estos servicios, especialmente en áreas rurales o de difícil acceso. La desigualdad de ingresos también afecta la calidad y cobertura de la atención, dificultando la intervención temprana en los trastornos psicológicos de los menores”.
Un patrón que se repite
Lo que une a Camila, Miguel y Valeria no es solo el dolor que cargan en silencio, sino el contexto que los rodea: hogares con tensiones económicas, escuelas que no cuentan con profesionales suficientes para atenderlos y un sistema de salud mental infantil que está rebasado por la demanda.
Cada uno de ellos refleja un ángulo del mismo problema. Camila vive el impacto del acoso y la violencia familiar; Miguel, el trauma de crecer en un ambiente violento; y Valeria, la fragilidad emocional frente a una pérdida. Sus realidades no son excepciones: forman parte de una generación que necesita ser escuchada antes de que su silencio se convierta en heridas irreversibles.
Un problema creciente y reconocido
El Ministerio de Educación (Meduca) reconoce que existe un problema de acoso escolar en las escuelas que requiere atención inmediata.
Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), 1 de cada 3 estudiantes en el mundo es víctima de acoso escolar.
Por su parte, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) estima que 1 de cada 7 adolescentes en América Latina y el Caribe enfrenta trastornos mentales, siendo la ansiedad y la depresión los más frecuentes.

En Panamá, 7 de cada 10 estudiantes han reportado ser víctimas de bullying, según un estudio de la Organización Global de Prevención ante el Bullying. Esto plantea una pregunta crucial: ¿cómo identificar si su hijo está siendo víctima de acoso escolar?
La psicóloga Lista Torres plantea que algunos indicios pueden incluir cambios en su comportamiento, como retraimiento, irritabilidad, miedo a ir a la escuela, bajo rendimiento académico, síntomas físicos como dolor de estómago o cabeza, y pérdida de interés en actividades que antes disfrutaba. Estar atentos a estas señales permite intervenir a tiempo y brindar apoyo emocional
Desde el Meduca, los casos de bullying son abordados por los gabinetes psicopedagógicos, actualmente instalados en 175 escuelas oficiales, con cobertura a 350 planteles en todo el país.
Humberto Montero, educador y dirigente magisterial en Panamá, advierte que la falta de apoyo psicológico suficiente en las escuelas afecta profundamente a los estudiantes. Muchos colegios carecen de personal especializado y recursos para atender problemas emocionales como ansiedad, depresión o el impacto del acoso y la violencia, lo que deja a los alumnos sin la contención necesaria para enfrentar estas situaciones.
Por ello, Montero solicita que el Meduca y el Ministerio de Salud (Minsa) implementen programas de apoyo psicológico y capaciten a los docentes para identificar y acompañar a los estudiantes en riesgo. Subraya que el bienestar emocional de los alumnos depende de un enfoque integral, donde las escuelas puedan brindar atención efectiva y los educadores cuenten con herramientas para actuar ante problemas emocionales antes de que se profundicen.
Verushka Ordás, directora de Servicios Psicoeducativos del Meduca, señaló que “en el primer trimestre de 2025 atendimos a 40 mil estudiantes en diversas situaciones, entre ellas el acoso escolar. También hemos enfrentado casos de maltrato infantil, abuso sexual, problemas conductuales y emocionales, duelos y autolesiones. Son muchas las situaciones que afectan a nuestra niñez y adolescencia”, dijo.
Ante el aumento de estos casos, se impulsa un proyecto de ley antibullying que faculta al Meduca para sancionar a directivos, administrativos o docentes que, al conocer un caso, no actúen administrativa o judicialmente. Esta iniciativa busca garantizar los derechos de los niños y jóvenes y prevenir situaciones extremas, incluyendo casos al borde del suicidio.
No obstante, en la administración pasada se creó la Ley 289 de 24 de marzo de 2022 “que promueve la convivencia en las instituciones educativas en la República de Panamá”, pero que aún está sin reglamentar.
Estas historias no son excepciones, sino un espejo de lo que viven miles de niños y adolescentes en Panamá cada día. Sus silencios, cargados de miedo, ansiedad y soledad, reclaman atención, comprensión y acción inmediata. La salud mental infantil y juvenil no puede seguir siendo un tema invisible; requiere de políticas efectivas, apoyo familiar y escolar, y recursos suficientes para que ningún niño quede desamparado frente al acoso escolar, la violencia o el abuso.
Escuchar a los niños y adolescentes, reconocer su dolor y actuar a tiempo puede cambiar el curso de sus vidas. Porque cada lágrima, cada nudo en el estómago y cada miedo silenciado es un llamado urgente: Panamá debe abrir los oídos y el corazón a quienes necesitan ser escuchados.
*Los nombres mencionados en esta historia son ficticios para proteger la identidad de los menores.


