La vida apacible de la provincia de Chiriquí dio un cambio radical a raíz de las protestas y bloqueos de vías por la crisis minera. La vida de los chiricanos está marcada por el secuestro de la movilidad y la sensación de abandono.
Muros afuera, la crisis se ha focalizado en que a la ciudad de Panamá no llegan las verduras y vegetales que se cultivan en la provincia, responsable del 80% de la producción agrícola del país.
Los productores, protagonistas fundamentales de la economía local, enfrentan pérdidas significativas al ver sus cosechas pudrirse ante la imposibilidad de transportar y comercializar sus productos. Pero la crisis no se detiene allí; la población civil vive una suerte de secuestro interno, atrapada en la telaraña de bloqueos que limitan sus movimientos.
Pobladores de Las Lomas, en David, han visto cómo han quedado atrapados en sus propias viviendas, sin acceso para transitar libremente, abastecerse de productos de primera necesidad o acudir al médico y mucho menos a las escuelas estatales, que siguen cerradas.
“Nos sentimos secuestrados en nuestras propias casas y barriadas. Trabajo en una clínica y sólo he podido ir a atender a algunos pacientes la semana pasada un día y esto ya lleva más de un mes así, barricadas por todos lados, bloqueos y esa sensación de inseguridad y los pacientes no han podido llegar a las citas”, describe la joven Patricia Pérez (nombre ficticio para cuidar su identidad) que habita en la zona de Las Lomas, a pocos metros del puente Risacua que conecta el oriente de Chiriquí con David.
Este puente es uno de los “bastiones de lucha” de los grupos que dicen oponerse al contrato minero, pero que a su vez no habitan en la zona y han creado una especie de retén para controlar el acceso, bloquear la vía y decidir quiénes pueden pasar y quiénes no.
Los primeros días de las protestas controlaban todo a sus anchas, sin la presencia policial. “Vi con mis propios ojos cómo cobraban 20 dólares a los autos para pasar y uno se negó y le partieron los vidrios. Hay un odio irracional, esto no es por el contrato minero, esa gente que están allí están también contaminando el ambiente, dañando todo alrededor, lleno de basura y desperdicios, es una anarquía”, relata Patricia.
Cuenta que algunas tiendas de la zona de Las Lomas, en las periferias, no tienen suficientes víveres, por lo que ha tenido que pasar al centro de David a ver qué consigues. Esa travesía la hacen con una muda de ropa extra. Por si los agarra la noche, prefieren pedir asilo en casa de algún familiar hasta el día siguiente.
“Esto es inaceptable, el contrato minero fue mal negociado, pero tampoco hay un diálogo entre la gente, lo que hay es más odio irracional y entre el mismo pueblo”, mencionó Patricia.

El caso de Jazmín Gutiérrez, que habita en la barriada San José, en David, cerca del Aeropuerto Internacional Enrique Malek, es similar. “En casa somos 9 personas, entre ellos 2 adultos mayores de más de 70 años y 4 niños, uno de los cuales tiene 2 meses. Lo más crítico para nosotros ha sido la falta de gas para cocinar. En el día estamos cocinando con leña y en la noche o en la madrugada usamos la cocina eléctrica que compramos para enfrentar esa situación, y pensando cada vez que la prendemos cuánto nos vendrá la factura de la electricidad”.
Gutiérrez cuenta que la única manera de tener un cilindro de gas es pagar por adelantado entre 20 y 25 dólares a quienes se ofrecen a traer el producto desde el puerto de Pedregal (David), donde llegan las lanchas con el producto que traen desde Puerto Mutis en Montijo, Veraguas.
“La comida ha subido de precio, la carne y el pollo están más costosos, no hay leche, no hay yogur, no hay ningún producto embotellado como refrescos y jugos y tampoco hay pan. Algunas panaderías recibieron harina cuando abrieron temporalmente las vías, pero ahora se les agotó de nuevo”.
Lo único que abunda es el plátano, las verduras y las hortalizas, pero incluso se dañan porque la producción es mayor que la demanda.
Jazmín cuenta que se han visto forzados a comprar la gasolina a revendedores. Cerca de 50 dólares por 3 galones. Prefiere pagar este monto en vez de hacer hacer una fila de 8 horas y hasta 12 horas en las estaciones de servicio.

Durante más de un mes, los niños que están en edad escolar no han recibido clases en centros educativos públicos, mientras que pacientes con cáncer perdieron las citas de quimioterapia que estaban previstas en el Instituto Oncológico Nacional, en ciudad de Panamá.
La otra cara de la crisis es el desempleo. “En la clínica se mandó a la secretaria de vacaciones porque no hay pacientes y no se ha generado nada de ingresos por un mes. Muchas personas están perdiendo sus empleos”, dijo Patricia Pérez.
Una situación similar vive Celia Santamaría, quien trabaja en un hotel, pero justo esta semana le notificaron que su contrato fue suspendido temporalmente por 10 días.
“Conmigo somos 11 las personas que trabajamos en un hotel en Tierras Altas, en Volcán, y debido a que la temporada de fiestas patrias se perdió por completo y no hay huéspedes, no quedó otra opción que cerrar temporalmente y suspender los contratos de trabajo”.

Santamaria habita en la zona de Volcán Brisas del Norte y ve con tristeza cómo se han ensañado contra Tierras Alta sin ninguna razón.
“Qué culpa tiene el sector de Tierras Altas para pasar por esta situación. Ni en pandemia habíamos vivido tanta escasez y bloqueos. Esto es una desolación y lo más triste será la pobreza que se creará porque la gente está perdiendo sus empleos y sus ingresos”.
Relata que el fin de semana pasado llegaron 300 cilindros de gas, desde hace más de un mes que no habían podido despachar. “Hicimos una fila enorme y esos 300 tanques alcanzaron para pocas familias. En los supermercados y tiendas hemos tenido que aprender a conformarnos con lo que hay porque ya no podemos comprar lo que uno quiere porque simplemente no se consigue”.
Para poder tener combustible, los primeros días del bloqueo tuvo que pagar el galón a 35 dólares a unos revendedores que lo compraban en Costa Rica. Ahora ya se consigue algo de combustible en las estaciones de combustible, pero se deben hacer filas de 2 a 3 horas o más y sólo venden 10 dólares por auto que equivale a unos tres galones de combustible.
Por ahora se mantendrá en su casa con sus hijos, rogando que el panorama cambie y vuelvan a reintegrarla a su empleo a mediados de diciembre, con la esperanza de que los turistas regresen a Tierras Altas.


