Cartier revela nuevamente su maestría con la colección En Équilibre, un ejercicio de armonía donde cada creación se sitúa entre opuestos: fuerza y fluidez, volumen y vacío, estructura y movimiento. Esta filosofía estética no busca imponer, sino revelar —con justa medida— la belleza de la precisión, del gesto exacto, de la forma que respira.

En ese universo de equilibrios medidos, el collar Panthère Dentelée transforma al icónico felino en una pieza de encaje. Con líneas definidas y detalles minuciosos, su cuerpo esculpido en diamantes, ónix y calados genera un juego de luces y sombras que evoca tanto la ferocidad como la elegancia. La técnica, casi invisible, realza el volumen sin imponerlo, como si la pantera flotara en un espacio entre la joya y la piel.
La dualidad continúa con el collar Tsagaan, inspirado en el leopardo de las nieves. Su diseño minimalista recurre a patrones geométricos engastados con diamantes y ónix que, según el ángulo, permiten ver o desvanecer la silueta del felino. Esta ilusión óptica genera un aura de misterio y movimiento, que convierte a la pieza en una meditación sobre lo visible y lo oculto.


El equilibrio entre forma y emoción se traslada también a las piezas más íntimas de la colección: los anillos. El anillo Motu se distingue por su exuberancia cromática y volumétrica. En su corazón, una turmalina en forma de pera de 7,80 quilates evoca la profundidad y la transparencia de una laguna. Alrededor, diamantes en forma de retrato conviven con hileras concéntricas de cuentas de turquesa y crisoprasa. Este despliegue de niveles y colores recrea el “motivo de pavo real” tan emblemático en la historia cromática de la Maison. La Pieza brilla con una intensidad que no se impone, sino que fluye, como el eco de la vibración natural.

En el anillo Bullio, una rubelita talla cabujón de 25,54 quilates irradia una vitalidad luminosa. Rodeada de cabujones de esmeralda y cuentas de rubelita, la piedra central parece latir al ritmo de una composición cromática que juega con la tensión entre simetría y asimetría. Círculos de oro blanco, engastados como estructuras invisibles, sostienen la geometría sin interrumpir la suavidad del diseño. Un toque de ónix aporta el ritmo justo, como una pausa en una partitura perfectamente escrita.

Más sobrio y meditativo, el anillo Tateya se inspira en el nudo obi de los kimonos japoneses. En el centro, un rubí de Vietnam talla cabujón de 6,98 quilates está envuelto por una cinta de oro blanco que se enrolla con fluidez y sin ángulos, creando una impresión de movimiento sereno. Las curvas suaves y las aberturas delicadas hablan del arte de contener la fuerza en una estructura que sugiere más de lo que muestra.

Cada una de estas creaciones, ya sea en la escala majestuosa de un collar o en la intimidad de un anillo, es el resultado de un savoir-faire cultivado durante generaciones. Son obras donde la técnica no busca imponerse, sino desaparecer; donde la complejidad se expresa a través de la simplicidad.





En Équilibre no es solo una colección. Es una declaración silenciosa de equilibrio, un homenaje a la belleza que nace entre líneas puras, volúmenes audaces y vacíos que respiran. En Cartier, el equilibrio no es un destino, sino una forma de habitar el tiempo y el estilo.
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