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‘No es falta de amor, es exceso de miedo’

Cada persona lidia con el duelo de forma distinta. Cada historia de duelo tiene su dueño pero, hay historias que se comparten, se lloran y se sana a través de la unión con desconocidos.

‘No es falta de amor, es exceso de miedo’
Si bien octubre su pinta de rosa, hablar sobre cáncer es necesarito durante todo el año. Y es primordial perder el miedo al checkeo, tanto personal como médico, durante todo el año para detectar a tiempo cualquier anomalía. Roy Espinosa

A veces, creo que el cáncer nos une, lo que nos separa es la muerte. Aunque, ¿Qué tanta distancia puede haber, en esta u otra vida, entre personas que se quieren?

Padecer esta enfermedad, tanto para el paciente como su círculo cercano, nos obliga a enfrentarnos, más allá de la propia enfermedad, a nosotros mismos. Nos lleva a conocer límites, miedos y rincones de nuestros corazones que desconocíamos. Y lo más importante: cada persona vive el duelo de la enfermedad de manera distinta.

Hace un par de meses, luego de varios años de silencio, decidí compartir mi historia con la enfermedad. Fue, en parte, catarsis y, en parte, en ese entonces, creer que a alguien le podría servir mi experiencia, pero, sobre todo, mis errores.

Este texto no es para repetir la historia que ya conté, pero sí para contar la experiencia que viví al repetir mi historia frente a un grupo (hasta ese entonces) de desconocidos. Fue la primera vez que lo hacía en voz alta, que me atrevía a decirlo mirando a otra persona, tratando de no sentir vergüenza. Lo hice porque mis compañeras de grupo ya habían dado el primer paso mostrando, no con orgullo sino con dignidad, que son pacientes con cáncer. Sería prudente hacer una pausa para recordar que vivimos en una sociedad que puede llegar a ser extremadamente cruel, una donde el desprecio, las burlas o incluso el miedo al contagio, son desagradables experiencias por experimentar para un paciente con cáncer (u otra enfermedad) pueden pasar. Así que sí, creo que la palabra más correcta es: dignidad.

El grupo estaba distribuido en un círculo de seis personas, tres mujeres pacientes con cáncer de mama y tres periodistas de la región, y participábamos en una actividad organizada por la fundación Gloria Latorre (@fundacionglorialatorre), en la ciudad de Bogotá, Colombia.

La carta

La propia Gloria Latorre, presidenta de la fundación y sobreviviente de cáncer de mama, dirigía el encuentro. La dinámica era muy sencilla: cada periodista debía escribirle una carta, al azar, a una paciente de la fundación y luego se le entregarían las palabras de apoyo junto con un kit con algunos utensilios básicos (como una frazada para las frías noches bogotanas).

Pero, como muchas otras tantas personas, soy familiar y amigo de pacientes con cáncer, por lo que decidí que mi carta estaría destinada a una persona cercana a la paciente que me tocara. Intenté que las palabras fueran sin florituras y que el mensaje a evocar fuese claro: “tener miedo está bien, pero, no dejes que el miedo te aleje”.

Así, con completo nerviosismo, esperaba con absoluta sinceridad que mi mensaje le sirviera de algo a Magda, la chica que me tocó. Y antes de continuar, permítanme ahora hablarles rápidamente sobre ella. ¿Han escuchado sobre la belleza de las mujeres colombianas? Pues Magda es un claro ejemplo de ello. Y no lo tomen como el clásico cumplido de “persona enferma igual a persona bella”. Magda tiene la más dulce de las sonrisas que va a juego con su voz y forma de hablar. Y sus ojos brillan, rebosan de algo que llamaré “vida”, porque ella es consciente de que (a diferencia de muchos que solemos olvidarlo) a pesar de lo bueno y de lo malo, está viva.

Así, con un rostro de nerviosismo en ambas partes, pues recordemos que se trataba de dos desconocidos que interactuaban bajo un contexto de pesadumbre, comencé a leer y a explicarle mi carta. A decirle por qué había decidido escribirle a un familiar o amigo suyo y no a ella, y contarle mi propia experiencia mientras lo hacía. Me mostré vulnerable, sincero y con miedo de caer en lo ridículo al ocasionar, sin predeterminación, que se creyese que intentaba llevar la atención a mí.

Y mientras hablaba, el rostro que les describí comenzó a cambiar. La sonrisa de Magda se fue desvaneciendo y el brillo en sus ojos apagando. Ahora brillaban las lágrimas que se iban acumulando. Pero, no era un sollozo de alguien conmovido por las palabras o por el momento. Era ese llanto que pasa encarcelado en el pecho y que, cuando sale, lástima el pecho, mientras se va abriendo paso desde el corazón al exterior.

Cuando terminé, Magda tomó un poco de aire y comenzó a hablar.

Historias en común

━ Mientras hablabas, quería interrumpirte y preguntarte: ¿por qué me decías esto? ¿quién te mandó a escribirme esto? ━ fue lo primero que me dije Magda mientras se secaba el rostro. Mi instantánea reacción fue creer que había, de alguna manera, cometido un error. Que la había ofendido quizás, y más por falta de palabras que por educación, dejé que continuara.

Entonces, confesó que está atravesando por una historia similar con una persona muy cercana y que, mientras yo le hablaba, ella reconocía sus vivencias en las mías.

Nos dijo, al grupo, que hasta entonces no había podido entender el comportamiento de su ser querido con respecto a su enfermedad. Y que si bien yo no había abierto su mente a la absoluta comprensión de su situación, escucharme podría darle una idea, un camino, una esperanza de no caer en el necio pensamiento de que la persona en cuestión no la quería.

Como es obvio notar, no he entrado, ni entraré, en grandes detalles sobre la historia de Magda porque es suya y esta es una historia para todos.

━ No es falta de amor, es exceso de miedo, ━ le dije para tratar de explicar, tanto mi reaccionar ante la enfermedad como la de su ser querido. Cuando amas tanto a alguien, el miedo a perderlo te paraliza. Puede más que tú y terminas, emocionalmente, no por alejarte, sino por quedar a la deriva.

Y si bien la conversación del tema continuó, Magda tomó el micrófono para esta vez hablar con todo el salón sobre su historia. Habló sobre cómo le detectaron la enfermedad y entonces fui yo el que encontró paralelismos en su historia con la mía. Luego, se atrevió a sincerarse sobre cómo su familia se había visto afectada, ya no tanto por la enfermedad en sí, sino por la sociedad que, como mencioné, puede llegar a ser muy cruel. Y allí también me vi reflejado. Sus experiencias en la calle, con amistades, como un diagnóstico, puede cambiar todo lo que pensábamos o creíamos saber de los demás.

Allí, entre relatos de pacientes y de periodistas, nos vimos como lo que realmente éramos: personas que minutos atrás se desconocían, pero, que ahora entendían que son más las cosas que nos unen que las que nos separan. Y el dolor en medio de toda su inmisericordia es quizás el recordatorio más vivo de esas semejanzas.

Al terminar la actividad, me quedé hablando un poco más con Magda, ya no como extraños, sino como afines que se entendían desde perspectivas más profundas. Y me alegré de haber perdido el miedo de contar mi historia, tanto desde las páginas de este medio como entre el grupo de seis desconocidos. Porque aprendí que las vivencias siempre tienen valor y que nunca sabes a quién puedes llegar a ayudar con ellas.


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