Rogelio Guerra Ávila: ‘Una corona con cantáridas’

Rogelio Guerra Ávila: ‘Una corona con cantáridas’


¿Cómo contar bien una historia de amor? En estos tiempos en los que hablar de amores duraderos parece ficción y en los que la expresión del afecto se confunde con pura genitalidad de una noche, una novela como Una corona con cantáridas (Premio Sagitario Ediciones de Novela Corta 2017-2018), del escritor panameño Rogelio Guerra Ávila (Panamá, 1963), nos reconcilia, no solo con la posibilidad de encontrar y construir un amor eterno, sino también con la buena literatura.

La acción transcurre entre el 20 y el 26 de diciembre de 1989, en plena invasión, haciendo saltos temporales al pasado de los personajes principales, y viajando hasta los días del asedio del pirata Morgan sobre la ciudad de Panamá, un momento clave de esta bellísima historia de amor, pasando por una eventual ocupación estadounidense de República Dominicana en 1918. Estas tres fechas, estos mimbres históricos, son de los que se sirve el oficio de Guerra Ávila para construir una novela poderosamente visual, con un lenguaje muy poético y de una estructura narrativa impecable: una novela que hay que catalogar como una de las mejores que se han escrito recientemente.

Jerónimo Chirú, el protagonista de esta novela de amor, desencadena la memoria durante los días de la invasión y en vísperas del cumpleaños de su esposa, Mahuampi Joiro, dominicana, su “reina”, el amor de su vida, el día de Navidad. Queriendo enterrar una vieja escopeta para que no la encontraran los gringos, hace un descubrimiento espectacular en su patio que le remonta a los días de Morgan y su asalto a Panamá. Tendrán que descubrir ustedes de qué se trata leyendo la novela.

Una corona con cantáridas tiene, como primera virtud, su narrador: pulcro, preciso, situado en su punto de vista, constructor de atmósferas, perfilador de personajes, dosificador de los detalles, esquivo con cualquier tentación de caer en la trampa de lo histórico. En esta novela vemos transcurrir la invasión, sentimos la angustia, el sufrimiento; nos sobrecoge lo que ocurre, pero nunca escuchamos un lenguaje pretendidamente técnico ni aleccionador. Miren cómo se dibujan las intenciones detrás de la invasión, sin caer en cansinos datos ni razones históricas: “Llegaron por fin los gringos, mi reina’, dijo con cierto pesar. ‘Ahora seremos lo que ellos siempre quisieron que fuéramos”.

Luego está, como segunda virtud, la riqueza en la elaboración de sus personajes, llenos de una complejidad verosímil, cada uno con su voz, enmarcado en sus circunstancias. Y esta, que es una obviedad, es de lo que carecen muchas de las novelas que se escriben hoy día, llenas de personajes contradictorios (en su construcción), acartonados y que no respetan las normas básicas de la elaboración de personajes según el género narrativo. Esta novela es una lección magistral (junto con Hombres enlodados de Javier Stanziola, entre otras,) de creación de personajes.

La trama, cómo está contada la novela, cómo se maneja dentro de ella la intriga, cómo se distribuye la emoción, los elementos históricos, hacen que esta novela seduzca desde el principio al lector. Viajamos por la vida de dos personas mayores que se quieren, a pesar de la pérdida de la memoria de ella, más allá de las desgracias, más allá del pasado doloroso y del presente incierto, el amor triunfa, día a día, sobre cualquier dificultad. Y esa sencillez con la que la vida transcurre es la que el autor usa en beneficio de su historia para que nos atrape.

Cuando terminen de leer Una corona con cantáridas, querrán ustedes una historia de amor así, y entenderán mejor qué nos sucedió aquel 20 de diciembre de 1989, no el por qué, eso es historia: veremos la sucesión de lo cotidiano, de las cosas pequeñas de aquellas fechas que construyeron los hechos. Porque una cosa que entiende Guerra Ávila es que la novela está en los detalles, está en lo poético, en la emoción, no en los datos.

Un libro extraordinario, una excelente novela que estoy seguro que va a suscitar mucha emoción y mucha reflexión. No volveremos a recordar ni el amor ni aquellos sucesos de diciembre de 1989 de la misma manera después de haber leído a Rogelio Guerra Ávila: hay algo que sigue resonando en la mente después de la última página: literatura, buena literatura.

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