'La gran apuesta': la debacle de un sistema fraudulento

'La gran apuesta': la debacle de un sistema fraudulento


La meta última del sistema bancario es hacer mucho dinero a costilla de las clases más pobres. Esa es la conclusión a la que llega el espectador después de ver la interesante comedia dramática La gran apuesta (The big short), nominada a cinco premios Óscar, incluyendo mejor película y director.

Wall Street ama usar términos confusos para hacerte pensar que solo ellos pueden hacer lo que hacen y para que usted no los moleste”, dice uno de los personajes de La gran apuesta.

Por eso, esta satírica producción de Adam McKay narra, en el lenguaje más sencillo posible, lo que ocurrió en Estados Unidos en 2008, cuando su economía, y después la de buena parte del mundo civilizado, se vino abajo.

Las instituciones bancarias del gigante de la economía occidental solo buscaban (¿buscan también ahora?) rendimientos enormes y rápidos, entre otras, a través del sector inmobiliario, creando una burbuja que se rompió de tanto alimentarla de falsedades y finalmente explotó.

Algo similar había ocurrido ya en la década de 1930 en el mercado de la vivienda en Estados Unidos, en aquel caso como parte de las reacciones negativas de la llamada Gran Depresión.

¿Cómo pueden conciliar el sueño los banqueros y similares sabiendo que están poniendo en riesgo el bienestar de millones de personas por culpa de sus acciones fraudulentas? La mayoría duerme como unos bebés durante las noches y ni hipo les da, como plantea La gran apuesta, que injustamente se fue con las manos vacías de los Globos de Oro.

Este largometraje, que indigna igual que divierte, educa a la audiencia sobre bonos, titulaciones, hipotecas de altos y bajos riesgos, aunque principalmente se concentra en informarnos cómo se vuelve débil un sistema bancario cuando a sus dirigentes se les va la mano en ambición y avaricia.

Te explica, por ejemplo, el porqué más del 60% de los estadounidenses que tenían hipotecas no podía pagar sus mensualidades a tiempo. ¿Quién tenía la culpa de hacerles creer que las finanzas estaban en alza y que el renglón vivienda siempre era estable? Los que tenían la responsabilidad de mantener una economía sana y justa llevaron todo al traste.

La gran apuesta también se concentra en los pocos expertos que vieron la tormenta venir años antes de que solo fuera un simple viento, pero todos, unos más y otros menos, en vez de buscar la manera de sanear la situación de la forma más honesta posible, se dedicaron a hacer negocios millonarios con los bancos en áreas vinculadas con el mercado inmobiliario, y luego a esperar que se derrumbara la pirámide para recuperar con creces lo invertido.

Los bancos, creyendo que estos inversionistas estaban locos de remate, en vez de aconsejarlos que se dejaran de tonteras, les vendían lo que deseaban, pues La gran apuesta remarca una y otra vez el mismo mensaje: los responsables de la mayoría de los bancos del planeta, en el fondo, no desean que usted tenga una casa, un auto o pueda estudiar en la universidad, lo que ellos quieren es que usted les pague el triple o más de lo que le dieron en préstamo y punto.

Hay una escena emblemática cuando el personaje de Ben Rickert (Brad Pitt, que también participó como productor de esta cinta), un conocedor retirado de los negocios, regaña a dos jóvenes que en una convención en Las Vegas estaban especulando con la futura realidad de millones de estadounidenses, y les reprende con estas palabras: “si estamos bien en lo que estamos haciendo, la gente perderá sus casas, sus trabajos, sus ahorros del retiro, sus pensiones. ¿Saben lo que odio de los bancos? Reducen a las personas a números. He aquí un número, cuando el desempleo aumenta, 40 mil personas mueren en Estados Unidos”.

SUPREMACÍA

Es sorprendente que Adam McKay alcanzara esta calidad que brinda en la innovadora La gran apuesta, candidata al Óscar en las categorías de película, director, actor de reparto (Christian Bale), guion adaptado (Adam McKay y Charles Randolph a partir de un libro de Michael Lewis) y edición (Hank Corwin).

No es porque sea un perfecto inútil el señor McKay, sino que su fuerte, si es que eso en algún planeta tiene un mérito, es dirigir comedias protagonizadas por Will Ferrell como Los amos de la noticia (2013), Los otros dos (2010), Diversión o muerte (2009, para la televisión), Hermanos por pelotas (2008), Pasado de vueltas (2006) y ya me cansé de citar tantos títulos sin sustancia.

Por otra parte, ya en el pasado Brad Pitt había participado como actor y productor de una cinta a partir de una obra de Michael Lewis: la genial Moneyball (2011,

6 nominaciones al Óscar, incluyendo mejor película), de Bennett Miller, y fueron Steven Zaillian y Aaron Sorkin los encargados de transformar en un guion los tras bastidores, nada nobles, del béisbol en Estados Unidos como un negocio.

En 2009, una pieza narrativa de Michael Lewis había sido trasladada al cine. Se trató de la comedia dramática de superación The Blind Side, que John Lee Hancock dirigió y adaptó para la pantalla grande. Esta película recibió dos nominaciones a la estatuilla dorada: mejor película y actriz principal, este último aparte lo obtuvo Sandra Bullock como la madre adoptiva de un deportista afroamericano que debe sortear la discriminación y los prejuicios dentro y fuera de las canchas del fútbol americano.

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‘La gran apuesta’ educa, divierte y enfurece al espectador, al dar su punto de vista sobre la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos y en parte del planeta.





REFERENCIAS

La gran apuesta es el tipo de película que te indica con hechos por qué hay que desconfiar en el sistema, como ya plantearon en el pasado otras soberbias películas, también al margen del Hollywood industrial, como Up in the Air (2009, 6 nominaciones al Óscar), de Jason Reitman y The Company Men (2010, aclamada por los críticos), de John Wells.

También esta producción de Adam McKay se mantiene en la línea crítica que desarrolló el valioso documental Citizen Four (2014), de Laura Poitras, ganadora del Óscar, que dejaba en evidencia que la privacidad es un espejismo ruinoso y que eso llamado seguridad no existe en este mundo gobernando por la internet.

Forma parte de un puñado de películas que aspiran al Óscar y que tratan temas sensitivos como la pedofilia entre los sacerdotes en Spotlight  (En primera plana), la soledad en El Marciano, y la manipulación de la publicidad en Joy 

Esta comedia dramática fue escogida por el American Film Institute como una de las 10 mejores películas del año en Estados Unidos.





DIDÁCTICA

Para que lo planteado no sea demasiado fuerte y para utilizar metáforas audiovisuales accesibles, el director de La gran apuesta intercala la ficción cinematográfica con escenas reales de anuncios comerciales, videos musicales, videos virales cibernéticos y fragmentos de noticieros de televisión antes y durante la debacle de 2008.

Hay otro motivo para tomar esta decisión de estilo y estructura, una meta que después remarca en un parlamento uno de los cínicos y arrogantes personajes: que mientras todo el desbarajuste económico estaba ocurriendo, una parte sustancial de los medios masivos de comunicación social en la unión americana entretenían al estadounidense promedio con los resultados de los deportes y con detalles de qué actor de la meca del cine había regresado a un centro de rehabilitación a causa de sus adicciones a las drogas.

Otro recurso del que echa mano sabiamente Adam McKay, inventado por el excelso dramaturgo William Shakespeare y el novelista Miguel de Cervantes Saavedra, y que ha vuelto a popularizar la serie política House of Cards, es que uno de los personajes de La gran apuesta, Jared Vennett, el que interpreta Ryan Gosling, mira a cada rato a la cámara como si fuera el Ricardo tercero de las finanzas retorcidas.

Jared Vennett, uno de los jinetes del Apocalipsis de un capitalismo ausente de supervisión y orden, nos dice lo que está pasando de la manera más cruel y sincera posible, ya que considera que a nadie le gusta la verdad porque por lo general duele demasiado escucharla, saberla y comprenderla. Además, agrega, él nunca destacó que era el héroe de esta tragedia moderna, sino que era uno de sus responsables.

Cuando el argumento se vuelve demasiado intrincado para los no iniciados en las finanzas, entonces el director Adam McKay usa de nuevo el recurso de derribar la cuarta pared para ser didáctico y le pide a estrellas de la farándula de Hollywood que se interpreten a sí mismas para que le expliquen a la platea lo que es complicado de entender.

Entonces salen a escena como ellos mismos, interrumpiendo de forma consciente el ritmo narrativo convencional, las actrices Margot Robbie (mientras toma un baño espumoso) y Selena Gómez (en una mesa de un casino), así como el chef Anthony Bourdain (cocinando), y siempre mirando fijamente a la cámara nos dan una clase rápida de economía para dummies en tiempos terribles y aterradores de sistemas descompuestos y fraudulentos, marcados por bombas de tiempo prontas a explotar.

Como bien señala Mark Baum (un genial Steve Carell), uno de los pocos banqueros humanistas, solo tras descubrir la avalancha que estaba por ocurrir: “vivimos una época de fraude en América, no solo en los bancos, sino también en el gobierno, en la educación, en la religión, la comida, incluso en el béisbol”.

Cuando todo se derrumbó, cuando el desempleo y el caos reinaron en el país de las barras y las estrellas, el mismo Mark Baum le expresa a uno de sus colegas por teléfono que “solo sé que al final del día la gente normal es la que va a tener que pagar por todo esto, porque siempre, siempre lo hacen. Presiento que en unos años la gente hará lo que siempre hace cuando la economía falla. Culpar a los inmigrantes y a los pobres”.

Como si la desolación de ver a los poderosos de Wall Street llorar por las mansiones que van a perder —antes de los créditos— La gran apuesta da su última lección de economía: “cuando se calmó el polvo del colapso se perdieron cinco trillones de dólares en dinero pensionario y valores inmobiliarios, así como millones de dólares en ahorros y préstamos desaparecieron. Ocho millones de personas perdieron sus trabajos, 6 millones perdieron sus casas, y eso solo en Estados Unidos”.

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