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Sábado picante: Impunidad rampante y consentida

Sábado picante: Impunidad rampante y consentida
Sede de la Corte Suprema de Justicia. LP Elysée Fernández

La Corte Suprema de Justicia cerró otro caso de alto perfil, quedando así en la más obscena impunidad. El Estado pierde cerca de $10 millones en la construcción de facilidades deportivas en la provincia de Chiriquí y no pasa nada. Un juzgado absuelve a cientos de acusados, caso en el que se perdieron otros $24 millones en compensaciones para retirar los “diablos rojos” del transporte colectivo. Y todos para sus casitas. Empiezo a preguntarme si Panamá necesita un Ministerio Público o un Órgano Judicial o si son necesarios los diputados, porque es que aquí la Ley es solo una de las formalidades de la República, pero inaplicable en la inmensa mayoría a los amigos del poder.

El Estado pierde pagando inversiones que no se hacen y altos salarios a autoridades indolentes, preocupadas por complacer a sus amos escondidos en las sobras del poder. Son la nueva versión de una botella: Trabajan, sí, pero no para nosotros, sino para delincuentes. Y, por favor, no me digan que esta es una crítica injusta, porque es lo más justo que les dicen por el reiterado y evidente desapego a sus deberes ciudadanos, profesionales e institucionales. No se diferencian mucho de los que están del otro lado de la acera, viendo qué se llevan del Estado, ya no en los bolsillos, sino en un diablo rojo. Todos son las elegantes versiones de la ineficacia, y sus sentencias, el burdo maquillaje a la traición.

Cuando buscamos el resultado de sus deberes, hay que contratar un aguerrido rastreador, porque cuando deciden hacer fallos justos, estos son como agujas arrojadas en el pajar de la impunidad. Lo único que siempre vemos es un escandaloso desfile de impresentables burlándose de todos, mientras nos roban las medias sin quitarnos los zapatos. Unos por hacer, otros por no hacer. Así desde siempre, porque sentenciar a favor de la impunidad da más créditos –y réditos– en una sociedad proclive a la corrupción. ¿Qué haría falta para que nuestros jueces vean lo que nosotros vemos? ¿Honestidad’ ¿Salario? ¿Neuronas? ¿Pasión? ¿Patriotismo? ¿Capacidad? ¿Severidad? ¿O simplemente abrir los ojos?

Latrocinio e impunidad es una perversa mancuerna, en la que los ciudadanos somos la dócil fuente del financiamiento de la riqueza indebida de unos y de la lavada de cara que le dan otros. Convierten Panamá en una caricatura patética, donde los poderes económico y político avasallan el Estado con el eslogan: ‘el robo al erario está legal y judicialmente permitido y protegido’. Así, bajo este manto, los delincuentes actúan a sus anchas. Por ello insisto: ¿por qué pagar millones en salarios a jueces que en sus sentencias nos cuentan historias de ficción para justificar su inequívoco final, un final que conocemos antes de que empiecen a pensarlo.

Se la pasan citando a Dios en todo, pero a nuestras espaldas, son los que se llevan en sus bolsillos nuestro dinero… pero también los clavos y el martillo para crucificar al que se ponga en su camino. Son de insaciable codicia, rapaces ladrones carentes de valores y principios, comerciantes de sus propias conciencias por trapos, piedras y metales para jactarse de una riqueza grotesca e injustificable, y que deja tras de sí una estela de miseria y corrupción.


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